domingo, 21 de junio de 2015

Soñando con otra dimensión

Quiero contaros un sueño.
En este sueño yo vivía en un planeta iluminado por varios soles y varias lunas. El planeta tenía un colorido inexplicable, su atmósfera era cálida y su oxígeno era puro, y esto hacía germinar toda clase de especies, tanto fauna como flora. Todos los seres de aquel planeta estábamos conectados entre sí, como si todos fuéramos parte de todo, y todos fuéramos uno mismo. Lo seres que habitábamos este planeta, incluída yo misma, no éramos como aquí en la Tierra. Medíamos de un metro ochenta a dos metros, de complexión fuerte, con el cabello muy largo, de colores cobrizos y rojizos. Teníamos unos ojos claros, casi transparentes, una nariz recta, unos labios carnosos, un perfil largo. Y éramos andróginos, tanto hombre como mujer, unidos en uno solo. La feminidad y la masculinidad eran algo interno, y no nos reproducíamos físicamente, sino por el pensamiento. 
 
Éramos muy felices, vivíamos fuera del tiempo, pero en algún momento llegaron otros seres en unas naves, de otra galaxia cercana. Eran unos seres bajos, con los ojos oscuros, sin pelo, labios gruesos y nariz achatada, pero de una inteligencia superior a la nuestra, porque tenían más sabiduría, ya que nosotros vivíamos sin saber lo que era bueno ni malo. Ellos eran hombres y mujeres, y con su elocuencia nos convencieron para viajar con ellos y conocer a otros seres de otras galaxias. Pero para eso, teníamos que separar nuestra parte femenina de la masculina, porque así lo exigían ellos. Fabricaron unas máquinas en las que nos introducíamos (como una máquina de resonancia magnética), que hacían un ruído insoportable para nuestros oídos. Ese sonido hacía que se separara la parte femenina de la masculina. Al introducirme en esta máquina, por primera vez sentí lo que era el dolor. Algo de mí se moría, aunque yo era inmortal. Cuando salió de mí mi parte masculina, era un hombre alto, de más de dos metros. Su cabello era del mismo tono, pero sus ojos ya no tenían aquel tono tan brillante. Su complexión era fuerte. Yo me veía como mujer, era mucho más baja, de complexión frágil y delgada. Mi cabello era bastante pobre, corto, y tenía todo el brillo en mis ojos, toda mi potencia. Desde ese mismo instante, la tristeza se apoderó de mí, y el vacío de mi interior era insoportable. Así que me acerqué a la Fuente (un energía superior que había en aquel planeta con la que conectábamos sin hablar), que era lo único que me hacía sentir mejor. Le pedí a esta energía que me devolviese mi parte masculina, pero me dijo que era imposible, porque en ella se había quedado el espíritu, mientras en mí se había quedado el alma. Como me vió tan triste, me propuso la única solución: como yo no era la única que había ido a pedir lo mismo (porque todos sintieron el mismo dolor y vacío) me mandó a un planeta llamado Tierra, donde existía la muerte, la única que me uniría con mi parte masculina cuando llegara el momento. Ya que allí, en aquel planeta, éramos eternos. Y sólo así, muriendo el cuerpo, mi alma se liberaría de él y volvería a la otra mitad de mi ser.

Y así sucedió. Bajé a la Tierra y entré en el ombligo de una mujer, a la que llamaban chamán. Aquí desperté. Reflexión: sueño, o ¿quizá fue una vida anterior?
Besos para mis hermanos galácticos.

El poder de la fe

Hace unas semanas salí a dar una vuelta por mi barrio y, mirando escaparates, llegué a uno con trajes de novia. Me eché a reír, y me fijé precisamente en un vestido que estaba al fondo, de color azul cielo, muy vaporoso, y entonces recordé esta historia que voy a contaros.

Una tarde llegó a mi consultorio una señora de Sevilla muy graciosa que quería saber lo que le deparaba el futuro. Le habían hablado muy bien de mí y tenía mucha curiosidad. Empecé a echar las cartas. Ella lo mismo lloraba que reía, aunque yo, después de echar las cartas, no recuerdo lo que he dicho. Como la sesión se alargó más de la cuenta, cuando terminamos ella me invitó a cenar. No es algo que yo suela hacer, pero algo en mí me decía que debía aceptar.

Durante la cena, ella decía que le había hecho muchísima gracia que le dijera que se iba a casar, cuando ella pasaba de los sesenta y en su vida jamás le había echado un guiño al amor. O sea, que nunca se había dado la oportunidad de enamorarse. Por circunstancias de su vida, se había dedicado a cuidar a sus padres y a trabajar. Su trabajo y sus padres eran toda su vida, y ya jubilada había decidido viajar. Por eso estaba en mi ciudad. Le encantaba la playa. 
 
Como le había acertado todo lo del pasado, y le había dicho cosas del presente, no le cabía duda que se iba a cumplir lo que le había pronosticado. Así me despedí de ella, y me dijo que el año que viene, si volvía a mi ciudad, volvería a ir a mi consultorio, pues le había gustado mucho. 
 
Al año siguiente, volvió a mi consulta. Cuál fue mi sorpresa, cuando me dijo que ya lo tenía todo preparado para la boda... menos el novio. “¿Cómo?”, dije yo. “Sí”, respondió: “El cura, la iglesia, y el vestido”. Porque ella sabía que se iba a cumplir, ya que tenía fe en mí. Lo cual me dejó un poco preocupada, porque claro, no me acordaba de nada de lo que le había dicho cuando le eché las cartas, pero ella dijo que todo, todo se había cumplido. Así que después de echarle las cartas, quedamos otro día para que me enseñara el vestido, pues le hacía ilusión que fuera cuando se lo probara. Tuve que ir con ella.

Era un vestido azul, vaporoso, precioso. La rejuvenecía. Y entonces, cuando se miraba ella en el espejo, vi a su futuro cónyuge. No dije nada, porque hubiera tenido que darle muchas explicaciones. Al cabo de dos meses, recibí una llamada telefónica de ella invitándome a la boda: ya tenía novio. Se casaban el mes de julio. No pude ir porque me surgieron unos compromisos, y al cabo de unos días recibí unas fotos de la boda. Su cónyuge era el mismo señor que se veía en el espejo. No cabe duda de que su fe le atrajo el amor. Porque la fe pone en marcha un proceso de atracción, que hizo que todo el universo se pusiera en marcha para traerle el marido que ella deseaba. Hoy en día siguen juntos y muy felices.