Quiero
contaros un sueño.
En
este sueño yo vivía en un planeta iluminado por varios soles y
varias lunas. El planeta tenía un colorido inexplicable, su
atmósfera era cálida y su oxígeno era puro, y esto hacía germinar
toda clase de especies, tanto fauna como flora. Todos los seres de
aquel planeta estábamos conectados entre sí, como si todos fuéramos
parte de todo, y todos fuéramos uno mismo. Lo seres que habitábamos
este planeta, incluída yo misma, no éramos como aquí en la Tierra.
Medíamos de un metro ochenta a dos metros, de complexión fuerte,
con el cabello muy largo, de colores cobrizos y rojizos. Teníamos
unos ojos claros, casi transparentes, una nariz recta, unos labios
carnosos, un perfil largo. Y éramos andróginos, tanto hombre como
mujer, unidos en uno solo. La feminidad y la masculinidad eran algo
interno, y no nos reproducíamos físicamente, sino por el
pensamiento.
Éramos
muy felices, vivíamos fuera del tiempo, pero en algún momento
llegaron otros seres en unas naves, de otra galaxia cercana. Eran
unos seres bajos, con los ojos oscuros, sin pelo, labios gruesos y
nariz achatada, pero de una inteligencia superior a la nuestra,
porque tenían más sabiduría, ya que nosotros vivíamos sin saber
lo que era bueno ni malo. Ellos eran hombres y mujeres, y con su
elocuencia nos convencieron para viajar con ellos y conocer a otros
seres de otras galaxias. Pero para eso, teníamos que separar nuestra
parte femenina de la masculina, porque así lo exigían ellos.
Fabricaron unas máquinas en las que nos introducíamos (como una
máquina de resonancia magnética), que hacían un ruído
insoportable para nuestros oídos. Ese sonido hacía que se separara
la parte femenina de la masculina. Al introducirme en esta máquina,
por primera vez sentí lo que era el dolor. Algo de mí se moría,
aunque yo era inmortal. Cuando salió de mí mi parte masculina, era
un hombre alto, de más de dos metros. Su cabello era del mismo tono,
pero sus ojos ya no tenían aquel tono tan brillante. Su complexión
era fuerte. Yo me veía como mujer, era mucho más baja, de
complexión frágil y delgada. Mi cabello era bastante pobre, corto,
y tenía todo el brillo en mis ojos, toda mi potencia. Desde ese
mismo instante, la tristeza se apoderó de mí, y el vacío de mi
interior era insoportable. Así que me acerqué a la Fuente (un
energía superior que había en aquel planeta con la que conectábamos
sin hablar), que era lo único que me hacía sentir mejor. Le pedí a
esta energía que me devolviese mi parte masculina, pero me dijo que
era imposible, porque en ella se había quedado el espíritu,
mientras en mí se había quedado el alma. Como me vió tan triste,
me propuso la única solución: como yo no era la única que había
ido a pedir lo mismo (porque todos sintieron el mismo dolor y vacío)
me mandó a un planeta llamado Tierra, donde existía la muerte, la
única que me uniría con mi parte masculina cuando llegara el
momento. Ya que allí, en aquel planeta, éramos eternos. Y sólo
así, muriendo el cuerpo, mi alma se liberaría de él y volvería a
la otra mitad de mi ser.
Y
así sucedió. Bajé a la Tierra y entré en el ombligo de una mujer,
a la que llamaban chamán. Aquí desperté. Reflexión: sueño, o
¿quizá fue una vida anterior?
Besos
para mis hermanos galácticos.
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