Cuando
tenía doce años, mi salud no era muy fuerte, y mi madre decidió
llevarme a un curandero, ya que los médicos no me daban solución.
Así que, dicho y hecho, llegamos al centro de la ciudad, donde unas
señoras nos habían indicado que había un curandero. Era una planta
baja, con cuatro habitaciones que daban a un patio, y en cada una de
las habitaciones había una curandera. La que hacía el número
cuatro era un hombre. El primer día, me visitó una curandera,
porque el hombre no me podía atender. Me hizo imposición de manos y
me mandó que volviese la semana siguiente. Volví sin mi madre,
serían las cinco de la tarde, después del colegio. Y cuál fue mi
sorpresa, cuando me encontré un hombre, vestido con hábito, enmedio
del patio, sentado en una silla rezando el rosario. Yo la verdad me
quedé un poco confundida, me senté en una silla que estaba cerca y
dejé que terminara el rosario. Este señor se levantó, y a unos
niños y unas señoras que había alrededor les preguntó que si
olían a algo. Luego, los llevó uno a uno a su habitación, y les
preguntó por algo que había en su habitación. Después de esto,
empezó a curar. Todo esto pasaba todas las semanas que yo iba yendo.
Hasta que una de éstas, se acercó a mí, y me hizo las siguientes
preguntas:
-Rubia,
¿has olido algo?
-Sí-contesté-lilas.
-¿Lilas?-contestó-ni
rosas, ni claveles, ¿lilas?
-Sí,
lilas.
-¿Cómo
te llamas?
-Isabel.
-Acompáñame.
Me
llevó a un cuarto donde estaba todo alumbrado por velas. A mi mano
derecha había una foto de un Jesucristo, precioso, pero enfrente de
mí había un cuadro: eran unos árboles con muchas ramas, y me
preguntó qué había en el cuadro. Yo miré al cuadro, y sabía lo
que quería que contestase, pero tenia mucho miedo, así que
retrocedí, abrí la puerta, y cuando estaba casi a punto de salir,
contesté.
-¡El
santo rosario, el santo rosario!- y salí corriendo.
A
la semana siguiente, el hombre me estaba esperando en la puerta.
-Isabel,
no tengas miedo, entra. ¿Sabes?, yo no me como a nadie. Si me
cuentas lo del cuadro, yo te cuento mi historia. ¿Te parece bien?
-Bueno,
si no cierra la puerta...
Así
que entré.
-Ahora,
dime lo que dice el cuadro.
Bueno,
yo me acerqué al cuadro y describí la primera escena. Era el
anunciamiento del ángel a María, el segundo trozo que vi era a
Jesús aprendiendo las enseñanzas de su padre San José en la
carpintería, pero justo al lado se transformaba el dibujo y se veía
al niño en el Templo con los maestros. Y si me alejaba unos pasos
del cuadro, lo veía llevando la cruz a cuestas. Si me alejaba un
poco más, veía la crucifixión, si me alejaba más veía la
resurrección. Pero si guiñaba un ojo y el otro, veía el belén:
era precioso. Así que este señor se quedó con la boca abierta,
casi llorando, porque él también lo veía, y alguna personas veían
algo pero no todo, como nosotros dos. El hecho era que él no me
había dicho nada. Me volvió a preguntar que a qué olía la
habitación. Y yo volví a contestar que a lilas. Y después me hizo
una pregunta, pero antes de terminarla yo ya había contestado. Dije:
-Sí,
este año te vuelves a ir de peregrino.
Porque
él cada año cogía un mes de vacaciones para hacer el camino de
Santiago, pero siempre le pasaban cosas, porque iba sin dinero y
andando, y había tres años que no había podido ir. Porque la
última vez que fue, vio a la Señora, y olía a lilas. Y ahora al
decirle yo lo mismo, se acordó de lo que había sucedido. Y como yo
dije que tenía que volver, claro que volvió. Y siempre que iba,
contaba unas historias fantásticas. Sobre todo a mí, claro.
Un
día dejé de ir, hasta la presente, pero nunca me he olvidado de él.
Por eso hoy en mi recuerdo, al curandero ermitaño que tenía tanta
fe que vio a la Señora.