domingo, 30 de noviembre de 2014

Presencias con olores

Cuando tenía doce años, mi salud no era muy fuerte, y mi madre decidió llevarme a un curandero, ya que los médicos no me daban solución. Así que, dicho y hecho, llegamos al centro de la ciudad, donde unas señoras nos habían indicado que había un curandero. Era una planta baja, con cuatro habitaciones que daban a un patio, y en cada una de las habitaciones había una curandera. La que hacía el número cuatro era un hombre. El primer día, me visitó una curandera, porque el hombre no me podía atender. Me hizo imposición de manos y me mandó que volviese la semana siguiente. Volví sin mi madre, serían las cinco de la tarde, después del colegio. Y cuál fue mi sorpresa, cuando me encontré un hombre, vestido con hábito, enmedio del patio, sentado en una silla rezando el rosario. Yo la verdad me quedé un poco confundida, me senté en una silla que estaba cerca y dejé que terminara el rosario. Este señor se levantó, y a unos niños y unas señoras que había alrededor les preguntó que si olían a algo. Luego, los llevó uno a uno a su habitación, y les preguntó por algo que había en su habitación. Después de esto, empezó a curar. Todo esto pasaba todas las semanas que yo iba yendo. Hasta que una de éstas, se acercó a mí, y me hizo las siguientes preguntas:

-Rubia, ¿has olido algo?

-Sí-contesté-lilas.

-¿Lilas?-contestó-ni rosas, ni claveles, ¿lilas?

-Sí, lilas.

-¿Cómo te llamas?

-Isabel.

-Acompáñame.

Me llevó a un cuarto donde estaba todo alumbrado por velas. A mi mano derecha había una foto de un Jesucristo, precioso, pero enfrente de mí había un cuadro: eran unos árboles con muchas ramas, y me preguntó qué había en el cuadro. Yo miré al cuadro, y sabía lo que quería que contestase, pero tenia mucho miedo, así que retrocedí, abrí la puerta, y cuando estaba casi a punto de salir, contesté.

-¡El santo rosario, el santo rosario!- y salí corriendo.

A la semana siguiente, el hombre me estaba esperando en la puerta.

-Isabel, no tengas miedo, entra. ¿Sabes?, yo no me como a nadie. Si me cuentas lo del cuadro, yo te cuento mi historia. ¿Te parece bien?

-Bueno, si no cierra la puerta...

Así que entré.

-Ahora, dime lo que dice el cuadro.

Bueno, yo me acerqué al cuadro y describí la primera escena. Era el anunciamiento del ángel a María, el segundo trozo que vi era a Jesús aprendiendo las enseñanzas de su padre San José en la carpintería, pero justo al lado se transformaba el dibujo y se veía al niño en el Templo con los maestros. Y si me alejaba unos pasos del cuadro, lo veía llevando la cruz a cuestas. Si me alejaba un poco más, veía la crucifixión, si me alejaba más veía la resurrección. Pero si guiñaba un ojo y el otro, veía el belén: era precioso. Así que este señor se quedó con la boca abierta, casi llorando, porque él también lo veía, y alguna personas veían algo pero no todo, como nosotros dos. El hecho era que él no me había dicho nada. Me volvió a preguntar que a qué olía la habitación. Y yo volví a contestar que a lilas. Y después me hizo una pregunta, pero antes de terminarla yo ya había contestado. Dije:

-Sí, este año te vuelves a ir de peregrino.

Porque él cada año cogía un mes de vacaciones para hacer el camino de Santiago, pero siempre le pasaban cosas, porque iba sin dinero y andando, y había tres años que no había podido ir. Porque la última vez que fue, vio a la Señora, y olía a lilas. Y ahora al decirle yo lo mismo, se acordó de lo que había sucedido. Y como yo dije que tenía que volver, claro que volvió. Y siempre que iba, contaba unas historias fantásticas. Sobre todo a mí, claro.

Un día dejé de ir, hasta la presente, pero nunca me he olvidado de él. Por eso hoy en mi recuerdo, al curandero ermitaño que tenía tanta fe que vio a la Señora.