Una
tarde llegó a mi consulta una chica que necesitaba ayuda. Estaba muy
nerviosa porque no confiaba mucho en las tarotistas, pues en otras
ocasiones no acertaron. Pero una buena amiga le habló de mi. Así
que se animó a verme .
“Por
favor, digame toda la verdad”, me dijo sentándose frente a mí.
Era una mujer muy atractiva, de complexión delgada, tez morena, ojos
negros grandes, nariz y labios finos, y cabello liso y negro. Tenía
mi misma edad pero no lo aparentaba.
A
la vez que yo hablaba, ella lloraba sin parar. “Todo es cierto”,
decía ella mientras movía la cabeza. Su pasado aun le hacía daño.
Las cartas lo contaban todo, pero cuando acabo de echarlas, apago la
vela que tengo encendida y ya no recuerdo nada. En ese momento, ella
seguía llorando, porque no podía creer que yo le hubiera dicho todo
su pasado y su presente, y le dio un ataque de ansiedad. Entonces
toda la habitación empezó a oler a infusiones de hierbas
aromáticas, manzanilla, menta, romero, y no sólo lo percibía yo,
sino que también ella lo notó, y me dijo: “huele a la casa de mi
abuela”. Yo le dije: “Sí, es cierto, tu abuela está aquí”.
Paró de llorar y se relajó completamente. Esta es la historia que
me contó:
Ella
era de México, sus padres murieron en un accidente cuando era
pequeña y la crió su abuela. Era su única família. Estudió una
carrera, pagándola con su trabajo, y estando en la universidad se
enamoró de un compañero. Con el tiempo ese amor creció, se casaron
muy jóvenes y trabajaban juntos en el mismo edificio. Todo era muy
hermoso, querían tener muchos hijos, pero los años pasaban y ella
no se quedaba embarazada, no sabían por qué.
Un
día llegó una chica a su casa, y ella descubrió que era amante de
su marido y estaba embarazada. Cuando le pidió explicaciones a él,
él le comfirmó que eran amantes, y que solo la quería a ella, pero
que quería a aquel niño también. Como la había engañado a pesar
de lo mucho que ella lo amaba, no pudo soportar el dolor y dejó toda
su vida, se subió a un avión y se vino a España.
Desconsolada
y sola, empezó de nuevo. Aquí sus estudios no tenían validez, así
que tuvo que ir a clases de noche y trabajar de día. Compartía
piso con varios estudiantes. No tenía familia, pero con el tiempo
tuvo muy buenos amigos. Sin embargo, seguía enamorada de su
ex-marido. Por este motivo vino a mi consulta.
Yo
le dije que su vida iba a hacer un cambio muy importante. Trabajaría
en lo que más le gustaba y tendría trabajo estable. No veía ninguna nueva
pareja con ella, pero no la veía sola. Porque iba a tener un hijo, y
nunca más se encontraría sola. A ella esto le resultaba muy difícil
de creer, porque había consultado a muchos médicos que le habían
dicho que no podía tener hijos, pero como yo había acertado en todo
lo demás, se fue un poco incrédula.
Tres
años después volvió a mi consulta. “Isabel, tenías razón,
tengo un gran problema”. “¿Puedo ayudarte?” “No lo sé”,
contestó ella, “estoy muy confusa”. Yo le contesté: “No
abortes, por favor. Mira, mañana voy al zoo con mi sobrina y otros
niños con sus madres. Necesitaría ayuda con todos esos niños, ¿me
podrías ayudar con ellos?” Ella me dijo que sí. Yo sabía que
allí, ella hablaría y yo podría tranquilizarla.
En
el zoo, ella me contó que en una noche loca con un chico que acababa
de conocer se había quedado embarazada. ¿Cómo le podía pasar
esto, con casi treinta y siete años ya, ahora que estaba
completamente sola? “He decidido abortar”, me dijo. “Bueno, es
tu decisión, no lo pienses ahora, vamos a divertirnos con los niños
en el zoo”. Estábamos jugando con ellos, y una de las madres, que
tenía siete hijos, se paró a hablar con ella. “¡Qué faena me
dan estos niños!”, le decía, “pero estar embarazada no lo
cambiaría por nada del mundo, es una cosa que no nos puede arrebatar el
hombre. Cuando se mueve tu hijo dentro, todo el amor infinito que se
siente, estás viva, estás llena, una vida comienza dentro de ti, y
es entonces cuando se empieza a amar. No esperando nada, y dándolo
todo. Porque los niños son nuestros mejores maestros. Lo que pasa es
que lo solemos olvidar. Ellos sólo piden amor, y que los cuiden. Lo
demás son problemas de mayores. Mi hermana pequeña, el año pasado,
tuvo que abortar, y está ahora medio loca, no por haber abortado,
sino porque es muy difícil que se vuelva a quedar embarazada. Si
pudiese, volvería atrás”. Ella se quedó pensativa y mirándome.
“¿Por eso me has traído, Isabel? Tú quieres que yo tenga el
niño, ¿verdad?” “Yo quiero que seas feliz. Y no he dicho que
sea un niño, ¿y si es una niña? ¿Te la imaginas? Morenita, con
los ojos claros, muy guapa, como tu abuela". Ella se lo pensó y
decidió tener a su bebé.
Al cabo de nueve
meses me llamó por teléfono. “Ya tengo una niña, ¿le puedo
poner tu nombre?” “No, ponle el de tu abuela”, le contesté. “Vale, así lo
haré. Cuando esté mejor iré a verte”. Hoy esta niña ya tiene
catorce años, y es toda una mujer. Su madre trabaja en su carrera,
tiene un piso propio aunque sigue sola, con muchas amistades. Este
mes de agosto me llamó y me dijo: “Isabel, cuenta mi historia, por
si puede ayudar a alguien a que siga luchando y que sepa que nada es
imposible. Porque yo, que no podía tener niños, te creí y mi deseo
se cumplió. Soy mamá de una niña preciosa. Y seguro que el
espíritu de mi abuela sigue protegiendo a su nieta y a su bisnieta.”
Ah, el olor de las infusiones sigue apareciendo cada vez que la veo,
incluso cuando hablamos por teléfono