domingo, 11 de mayo de 2014

Ángeles viajeros

Yo echaba el tarot en un bar de mi tierra natal, era verano. El dueño me dejaba echar allí las cartas porque decía que cuando yo estaba se le llenaba el local. Y así sucedía, el bar estaba lleno. Aquella mañana había quedado a las doce para echar las cartas a un señor. Las únicas referencias que tenía de él eran que venía de fuera. No sé por qué, ni cómo, fui un poco antes de la hora. Estando sentada en mi mesa tomándome un te, llegó un grupo de turistas que venían a ver mi ciudad. Casualidad o no, se presentaron en el bar. Cansados por el sol y agotados, llenaron el bar de gente. Al mismo tiempo llegó mi cliente, y empecé a echarle las cartas. Entre los turistas había dos señoras que no paraban de mirarme. No les parecía extraño que echara el tarot en un bar, pero sentían curiosidad, así que le preguntaron al dueño lo que cobraba y si era buena. El dueño les dijo que sí, que desde que yo estaba creía en la magia. Así que cuando acabó el hombre, cada una cogió una silla y se vinieron a mi mesa. Eran españolas, una de Granada y otra de Madrid. Una de ellas, pongamos María, había tenido una vida muy difícil, por lo cual no había podido viajar. Había tenido marido, pero se había quedado viuda muy joven, con dos hijos pequeños que sacar adelante. Como pudo, les dio una carrera. Nunca se quejaba, siempre tenía una sonrisa y un agradecimiento. Sin embargo su amiga, pongamos Ángela, era una mujer culta, con estudios, que había permanecido soltera por propia convicción, permitiéndose, por su trabajo, viajar todos los años.

Querían saber qué les deparaba el futuro, porque María viajaba por primera vez, y claro, había convencido a Ángela para que la acompañara en aquel viaje, porque decía que antes de conocer el extranjero, debían conocer España. María y Ángela querían ver su futuro, dónde iban a viajar, si conocerían gente interesante, cuántos ángeles había a su alrededor, porque notaban presencias, y querían saber si eran sus guías. María no necesitaba mucho viajar, porque a través de los ojos de Ángela viajaba con ella. Ángela era una excelente narradora de historias, y no le importaba viajar a Granada para contarle a su amiga lo que había visto en cada viaje, lo cual María vivía como una niña pequeña, con ilusión y alegría. Por eso ese año María la había convencido para viajar, aunque sólo fuera una vez en su vida para ver España.

Abrí el tarot con María, y me quedé fría, no podía hablar, no sabía cómo decirle lo que iba a acontecer. Ella me dijo: "niña, que sea lo que Dios quiera, mi arma". Le dije que aquél sería el primer y el último viaje que haría, porque iba a morir, estaba muy enferma y ella lo sabía. Ángela miró a María con una mirada de reproche: "¡¿Qué, es cierto eso?! ¡¿Qué te pasa?!" Le expliqué lo que le pasaba a María, y ella iba afirmando en silencio. No se lo podía creer, ¿una extraña le estaba diciendo algo tan serio? Pero era así. María iba a morir pronto, pero Ángela, sin embargo, tendría una vida larga y longeva. Y viajaría mucho. Por eso aquel año era muy importante que estuvierse con María.

Mientras yo estaba echando las cartas, le hizo prometer a su amiga que si se moría, sus cenizas las quería echar en el mar Mediterráneo. Y que viniese a despedirse de mí. Qué decir cabe que en el viaje que hicieron a mi ciudad lo pasaron mejor imposible, difrutando cada momento, saboreando cada helado, cada brisa de mar y cada abrazo.

Cuatro años después, en el mismo bar, me volví a encontrar con Ángela. Su amiga había fallecido hacía dos años y seis meses. Le había costado muchísimo tomar sus cenizas y llevarlas a mi ciudad, porque cada vez que viajaba cogía un puñadito de ellas y las llevaba a sus viajes; era como si María viajara con ella. Así que vino a verme y a cumplir su promesa. Echó las cenizas al Mediterráneo, y cada año desde entonces pasó a verme. Así durante quince años. Y este mes de diciembre falleció. Y sus últimas palabras que me quedaron fueron: "vive, sé feliz, aunque la vida sea corta". Porque ella había viajado por todo el mundo y nunca se había sentido sola. Pero estos últimos quince años era como si una parte de ella se hubiera muerto, pues nadie como su amiga María escuchaba sus historias de viajes.

Con esto hago un homenaje a estas dos amigas, que incluso después de la muerte, sus espíritus estaban juntos. Dos besos a mis dos ángeles viajeros.