sábado, 28 de septiembre de 2013

Un viaje en el tiempo


Cuando era niña, a los nueve años, mis padres me llevaron a conocer a mis abuelos. Éstos vivían en un pueblecito de Andalucía. Viajábamos en el tren, y como no había asientos numerados, a mí me tocó sentarme con mi hermano en dirección contraria, mientras que mis padres quedaban a nuestra espalda. Así que enfrente de nosotros dos había una pareja; la mujer era mayor, de unos setenta años, y el chico tendría unos veintidós. Para describir cómo era, puedo decir que era clavadito a Kevin Costner. La señora era muy delgada, morena y de ojos negros. 

Hasta aquí todo normal. Cuando empezó el viaje, yo me mareaba al viajar hacia atrás, y este chico fue tan amable de cambiarme el asiento, y dedicarme una sonrisa preciosa. Esto fue lo que rompió el hielo para empezar a hablar. Naturalmente, él hablaba más con mi hermano, cosas de chicos. La señora empezó a decirme que tenía unos ojos muy bonitos, pero muy tristes. Yo le di las gracias, porque era bastante tímida. Como yo no hablaba mucho, la señora sacó una baraja de cartas y empezó a hacer un solitario. ¿Por qué lo haría? El chico, que estaba enfrente, me preguntó si quería jugar una partida, que él me ensañaba. Me pareció bien. Empezamos. Al cabo de un rato, mi hermano se levantó porque tenía sed, y acompañó a la señora también hacia los servicios. Entonces nos quedamos solos, y le pregunté, mirándole a los ojos, por qué no le decía la verdad a su abuela. Él me dijo: "¿A qué te refieres, niña?" En ese momento mi voz cambió de tono, se hizo más tenue, y contesté: "¿Cuándo le vas a decir que estás enamorado? Es más, ya has comprado el anillo". Él se puso muy nervioso y me dijo: "¿Tú quien eres?" Contesté: "Una niña". "¿Una niña?", dijo él. "Me estás asustando". En eso que mi madre, que estaba detrás escuchando, me dijo: "¡Haz el favor de callarte! Perdónela, señor, a veces es muy niña". La cosa quedó ahí. 
Cuando llegó la noche me di un paseo por el corredor del tren, y el chico me siguió. "Isabel, ahora que no está tu madre, ¿por qué me has dicho eso?" "Bueno, yo no entiendo de amor porque soy muy pequeña, pero si alguien me quisiera la mitad que tú, yo seguramente sería la mujer más feliz de la tierra: le escribes cartas, aunque está muy lejos; nunca te has olvidado de ella; llevas una foto de ella en la cartera; pero no te atreves a decir a tu abuela que estás enamorado de una mujer mayor que tú. ¿Cuál es tu excusa? ¿Es porque es extranjera? ¿Es porque es actriz? ¿Es porque es viuda? No lo creo. Deberías ser valiente y decírselo a tu abuela. Ella te quiere, te ha criadoEs difícil, ¿por qué no lo haces ahora?" Él me respondió: "Mi abuela me ha criado sola, tiene muchos proyectos para mí. Yo voy a los Estados Unidos y me enamoro de una vedette. Y no solamente eso, quince años mayor que yo. ¿Cómo se lo dirías tú a tu abuela?" "Yo no conozco a mis abuelos, pero seguramente les diría que acabo de conocer a la madre de mis hijos, y que quiero ser feliz, y que mi abuela comparta esta felicidad, porque el tiempo pasa muy deprisa, y el amor verdadero sólo se vive una vez". Entonces se sacó la foto del bolsillo: era una señora guapísima, morena, con el pelo rizado, ojos negros, un monumento. 

Todo quedó aquí, yo me fui a mi asiento, y llegamos cada uno a nuestro destino. El año pasado, después de cuarenta años, he sabido el final de la historia. Porque en una feria medieval de Barcelona donde estaba echando el tarot, se acercó un señor, y me dijo: "¿Eres tú?" Lo miré a los ojos, y ¡sorpresa! era el chico del tren. Claro, el abrazo fue increíble. Pero aún más conocer a su mujer: era una señora mayor, con los ojos llenos de vida, preciosa. ¡Era la señora de la foto! "¡Qué alegría!", me dijo al verme, "he oído tanto hablar de ti, ahora lo entiendo. Sigue así, haciendo el bien. Es tu sino. ¡Ah, se me olvida!, ya tengo nietos, y uno es tan pecoso como tú. Gracias, cielo". Y me compró una hucha cerdito de la suerte. Con esto quiero decir que los caminos son inesperados, y eso que yo sólo era una niña.

Explico esto porque ellos me han dado permiso. Con todo mi cariño, a unos eternos enamorados.