domingo, 1 de diciembre de 2013

A un ángel que no supo permanecer en la tierra

Cuando yo tenía quince años, mis padres y yo nos fuimos de vacaciones a Andalucía, a la finca que cuidaban unos amigos suyos. Era un sitio enorme donde habitaban varias familias, repartidas en diferentes casas. Los amigos de mis padres eran un matrimonio con dos hijas mayores, ya casadas, y dos hijos pequeños: uno de mi edad, y otro dos años menor. La experiencia que viví aquel verano marcó para siempre mi manera de ver las cosas.

Enseguida que llegué hice amistad con los dos hijos menores. El que era de mi edad era un chico corriente, pero el pequeño era guapísimo: unos ojos negros impresionantes, con un pelo azabache, quizá medía ya un metro setenta y cinco de estatura, y con una inmensa sonrisa que iluminaba todo el corazón. Pero por dentro era mucho mejor. Nos caímos muy bien.

Me empezó a enseñar lo que hacía en la finca. Él se encargaba de la cuadra y los caballos, y cuando tenía tiempo libre, le encantaban las motos. En el desván de la casa había una bicicleta muy vieja: nada más verla me gustó, pero no sabía montarla. Él me dijo que me enseñaría, así que toda la tarde estuve intentando domar la bicicleta, pero sólo aterrizaba en el suelo. Cuando llegó la noche, mi cuerpo estaba todo magullado, mis rodillas y brazos raspados. Cuando me vio mi madre, del susto que se pegó, me dijo que no tenía edad para montar en bici, que ya era una señorita. Él y yo nos echamos a reír: la bici no era lo mío. 

La verdad es que yo quería aprender a montar porque teníamos intenciones de escaparnos aquella noche y llegar a unas altas montañas donde él decía que había lobos. Pero eso no importó: cuando todos se durmieron, nos fuimos andando. Me prestó unos de sus pantalones y un suéter grande; él cogió su escopeta, que a mí no me gustaba nada. Al verla me enfadé con el niño, y él me contestó: "Es por si nos atacan, no para disparar a los lobos, sólo para hacer ruido. Los lobos no son como los de la tele: si te muerden, acaban contigo". Así que subimos a la montaña después de tres horas de camino. Empecé a tener mucho frío, la piel de gallina, y le dije a mi amigo que presentía que los lobos estaban cerca, pues yo estaba viendo unas luces de colores, como grandes burbujas de jabón, de muchos colores, que se acercaban a mí y me entraban como si las absorbiera. Nos echamos al suelo tras un peñasco, y mi amigo, que tenía vista de lince, los vio. "Tienes razón, Isa, hay más de uno. No respires, no te muevas". Y entonces los vi, pero estaban muy lejos. Con eso me conformé. Estuvimos allí bastante tiempo, pero me pasó volando. Nos teníamos que ir. 

Por el camino, él me contó que yo era muy rara, porque esperaba una niña pija de ciudad, y se había encontrado una compañera de aventuras. Aunque la verdad, las niñas de pelo rubio a él no le gustaban; a él le gustaban las morenas. A mí me hizo gracia, porque a mí tampoco me gustaban los niños morenos de ojos negros. Pero resultó que éramos muy parecidos. A los dos nos gustaban los animales, el campo, los caballos, y los libros. También compartíamos el amor espiritual. Quedamos en escribirnos, e hicimos un pacto: que si uno se moría antes, iría a ver al otro para contarle lo que había al otro lado.

Así fueron pasando los años, escribiéndonos, llamándonos por teléfono. Cuando cumplí los veintidós, volví a quedar con él. Nos pusimos muy contentos al vernos. Aún era más alto, parecía Antonio Banderas con bigote. Pasamos una tarde muy agradable. Hoy escribo sobre él porque cuando cumplió veintisiete años tuvo un accidente con aquella escopeta, y se mató. Y cumplió su promesa: me vino a ver. 

Esto sucedió de tal manera: una mañana de sábado iba yo a una exposición el la plaza de España de Barcelona. Había quedado con unas amigas, pero no eran muy puntuales (menos mal). Porque mientras estaba en el andén del metro, empecé a ver luces de colores: azules, blancas, rosas. El olor de romero y de hierba recién cortada rodeaba mi cuerpo. Mi corazón empezó a latir muy deprisa. Entones, en el andén de enfrente, un señor empezó a agitar los brazos. Como no le hacía caso, cruzó hacia mi andén. "Perdone", me dijo al acercarse, "¿esta es la línea que va hacia plaza de España? Señorita, despierte, ni que hubiera visto un fantasma". Y en ese instante, vi como el cuerpo de mi amigo se introducía en el cuerpo de aquel hombre, y dijo: "¿Te he dicho que estás preciosa, aunque seas blanca?" Volvió a salir de su cuerpo, y el hombre dijo: "Perdone, señorita, no sé que ha pasado. Por un momento, he tenido ganas de besarla". El hombre siguió hablando conmigo, pero yo seguí viendo a mi amigo. Llegué a la plaza de España y fui a una cabina de teléfono para llamar a su casa. Me contestó su madre, y le pregunté: "¿le ha pasado algo a Carlos?" Ella contestó: "Se ha suicidado". "¿Cómo?", dije yo. "Bueno", contestó ella, "es lo que dice la policía. Ha aparecido en su casa, con la escopeta en las manos, como si se hubiera disparado a sí mismo. Pero la casa estaba vacía, sin muebles. No había carta de suicidio. Qué raro, ni siquiera para ti, que eras el amor de su vida". Me quedé parada. Lo seguía viendo. 

Es decir, algunas veces lo sigo viendo. Nunca supieron sus padres lo que realmente había sucedido, pero yo muchas veces lo veo junto a mí. Por lo cual pienso que sí se suicidó, porque las personas que se suicidan permanecen en la tierra el tiempo que tenían que estar, y sobre todo, con las personas que más quieren. 

sábado, 28 de septiembre de 2013

Un viaje en el tiempo


Cuando era niña, a los nueve años, mis padres me llevaron a conocer a mis abuelos. Éstos vivían en un pueblecito de Andalucía. Viajábamos en el tren, y como no había asientos numerados, a mí me tocó sentarme con mi hermano en dirección contraria, mientras que mis padres quedaban a nuestra espalda. Así que enfrente de nosotros dos había una pareja; la mujer era mayor, de unos setenta años, y el chico tendría unos veintidós. Para describir cómo era, puedo decir que era clavadito a Kevin Costner. La señora era muy delgada, morena y de ojos negros. 

Hasta aquí todo normal. Cuando empezó el viaje, yo me mareaba al viajar hacia atrás, y este chico fue tan amable de cambiarme el asiento, y dedicarme una sonrisa preciosa. Esto fue lo que rompió el hielo para empezar a hablar. Naturalmente, él hablaba más con mi hermano, cosas de chicos. La señora empezó a decirme que tenía unos ojos muy bonitos, pero muy tristes. Yo le di las gracias, porque era bastante tímida. Como yo no hablaba mucho, la señora sacó una baraja de cartas y empezó a hacer un solitario. ¿Por qué lo haría? El chico, que estaba enfrente, me preguntó si quería jugar una partida, que él me ensañaba. Me pareció bien. Empezamos. Al cabo de un rato, mi hermano se levantó porque tenía sed, y acompañó a la señora también hacia los servicios. Entonces nos quedamos solos, y le pregunté, mirándole a los ojos, por qué no le decía la verdad a su abuela. Él me dijo: "¿A qué te refieres, niña?" En ese momento mi voz cambió de tono, se hizo más tenue, y contesté: "¿Cuándo le vas a decir que estás enamorado? Es más, ya has comprado el anillo". Él se puso muy nervioso y me dijo: "¿Tú quien eres?" Contesté: "Una niña". "¿Una niña?", dijo él. "Me estás asustando". En eso que mi madre, que estaba detrás escuchando, me dijo: "¡Haz el favor de callarte! Perdónela, señor, a veces es muy niña". La cosa quedó ahí. 
Cuando llegó la noche me di un paseo por el corredor del tren, y el chico me siguió. "Isabel, ahora que no está tu madre, ¿por qué me has dicho eso?" "Bueno, yo no entiendo de amor porque soy muy pequeña, pero si alguien me quisiera la mitad que tú, yo seguramente sería la mujer más feliz de la tierra: le escribes cartas, aunque está muy lejos; nunca te has olvidado de ella; llevas una foto de ella en la cartera; pero no te atreves a decir a tu abuela que estás enamorado de una mujer mayor que tú. ¿Cuál es tu excusa? ¿Es porque es extranjera? ¿Es porque es actriz? ¿Es porque es viuda? No lo creo. Deberías ser valiente y decírselo a tu abuela. Ella te quiere, te ha criadoEs difícil, ¿por qué no lo haces ahora?" Él me respondió: "Mi abuela me ha criado sola, tiene muchos proyectos para mí. Yo voy a los Estados Unidos y me enamoro de una vedette. Y no solamente eso, quince años mayor que yo. ¿Cómo se lo dirías tú a tu abuela?" "Yo no conozco a mis abuelos, pero seguramente les diría que acabo de conocer a la madre de mis hijos, y que quiero ser feliz, y que mi abuela comparta esta felicidad, porque el tiempo pasa muy deprisa, y el amor verdadero sólo se vive una vez". Entonces se sacó la foto del bolsillo: era una señora guapísima, morena, con el pelo rizado, ojos negros, un monumento. 

Todo quedó aquí, yo me fui a mi asiento, y llegamos cada uno a nuestro destino. El año pasado, después de cuarenta años, he sabido el final de la historia. Porque en una feria medieval de Barcelona donde estaba echando el tarot, se acercó un señor, y me dijo: "¿Eres tú?" Lo miré a los ojos, y ¡sorpresa! era el chico del tren. Claro, el abrazo fue increíble. Pero aún más conocer a su mujer: era una señora mayor, con los ojos llenos de vida, preciosa. ¡Era la señora de la foto! "¡Qué alegría!", me dijo al verme, "he oído tanto hablar de ti, ahora lo entiendo. Sigue así, haciendo el bien. Es tu sino. ¡Ah, se me olvida!, ya tengo nietos, y uno es tan pecoso como tú. Gracias, cielo". Y me compró una hucha cerdito de la suerte. Con esto quiero decir que los caminos son inesperados, y eso que yo sólo era una niña.

Explico esto porque ellos me han dado permiso. Con todo mi cariño, a unos eternos enamorados.

sábado, 24 de agosto de 2013

Del amor nacen los ángeles



Una clienta mía recomendó a una pareja de amigos suyos, que eran un poco escépticos, que vinieran a verme. Habían ido a otras tarotistas que n
o les habían acertado en nada. Al oír hablar de mí, quisieron probar conmigo. Así que les di cita una tarde.

Eran andaluces y muy morenos: pelo negro, rizado, ojos color azabache... El marido era de complexión fuerte y muy alto, labios carnosos y tez olivácea; ella era bajita (al lado de él), muy delgada, de tez más blanca, ojos rasgados y negros. Llevaban veinte años casados, y se querían como el primer día. No aparentaban tener ningún problema, y en realidad no lo tenían. Al menos, es lo que yo vi en el tarot. Simplemente, era una pareja que no había podido concebir hijos.

Mi clienta, la señora que los había recomendado, les había comentado que yo le había hecho una magia y ella se había quedado embarazada. Gracias a mí tenía una hija. Lo cual no era cierto, yo solamente era un instrumento más. Así que les hablé sinceramente: en las cartas se veía claramente que iban a ser padres, pero no decían cuándo. Y ellos estaban impacientes porque ya no eran jóvenes. Habían probado con la fecundación in vitro pero no había dado resultado. Yo les dije: "Seguramente, la próxima vez que nos veamos, conoceré a su hijo. Va a ser muy especial" "¿En qué sentido?", me dijo ella. "Bueno, eso usted ya lo verá".

Dos años después, a las seis y media de la mañana, llamaron a mi puerta. Claro, ¡no eran horas! Pero bueno, pensé, será una urgencia. Contesté al interfono de la puerta, y eran ellos. "Isabel, ¿puedes bajar, por favor?" Al principio no les reconocí por la voz, pero bajé. Ahí estaban ellos, con un niño en los brazos, llora que te llora, pelirrojo, lleno de pecas, y con los ojos más bonitos que he visto en mi vida, de color verde. El niño me miró y, como si me conociera de toda la vida, se echó a mis brazos, dejó de llorar, y me mostró la mejor de sus sonrisas. Parecía mentira que hubiera estado llorando tanto tiempo. 

Su madre me dijo: "Isabel, necesitamos tu ayuda, el niño no duerme casi, come poco, pero cuando hablamos de ti delante de él, ya ves lo que pasa". Subimos a mi casa y examiné al niño. Las cartas no se equivocaron, era especial. Yo les dije: "A partir de hoy, el niño dormirá". La madre me preguntó qué es lo que sucedía. "El niño es como yo, señora". "¡Y tanto!", dijo la mujer, "si parece que lo hayas parido tú". "No es cierto", le contesté, "es clavadito, clavadito, a su tatarabuelo. Tendrían que investigar su geneología. Descubrirían que son celtas". "No pué ser", dijo el marido, "somos andaluses de los pies a la cabesa". Yo le dije: "Su señora lleva sangre celta y sajona, pero esta herencia no viene de ella, viene del tatarabuelo de usted". Él insistió: "Pero si también era moreno". Y yo respondí: "Ese no, el verdadero. Y su hijo lo está viendo cada noche. Por eso no puede dormir".  

El marido seguía sin entender por qué su hijo dejaba de llorar cuando yo lo abrazaba. "Este niño ya me conocía de otra vida, y al verme me ha reconocido, como alguien familiar. Se ha sentido seguro, y por eso ha dejado de llorar. La verdad es que este niño es como yo, tiene videncia". Yo pedí a sus ángeles que lo ayudaran para que no tuviera apariciones hasta que fuera mayor de edad, y a partir de entonces pudo dormir tranquilo. En cambio, empezó a entrar en mis sueños. Su padre averiguó que su tatarabuela tuvo relaciones con un filibustero extranjero, que no se casó con ella y siempre se arrepintió. Por eso seguía pendiente de su descendencia, que era la única que había tenido.

Hace muchos años de eso, y ese niño, que ya es un hombre, sigue contactando conmigo a través de los sueños. Sería más fácil que me llamara por el móvil, pero al cambiar yo de número, ya no es posible. Sus padres sí que siguen en contacto conmigo, a través de aquella clienta amiga suya. Siempre me desean lo mejor y rezan por su hijo y por mí, porque saben lo que puede sufrir una persona con estas características. Desde entonces dejaron de ser escépticos. A veces, las personas desean que sus hijos sean copias de ellos, pero en este caso ellos comprendieron que eso no es lo más importante. Desearon tanto tenerlo y lo amaron tanto, que recibieron un querubín. Y aunque el color de su piel y de su pelo fuera diferente, el Amor incondicional traspasa cualquier barrera.




sábado, 8 de junio de 2013

Olores, fragancias


Hoy quiero empezar a hablar de los olores y las fragancias, porque todas las personas tienen un olor especial que ellas mismas no perciben. Supongo que será cuestión de hormonas, lo que hace que en una piel, un perfume huela más que en otra. Pero a veces, hay olores espirituales, que se perciben más allá del tiempo y del espacio. Por ejemplo, el olor que percibe un niño de su madre, él lo siente completamente diferente de cualquier otro, y por el olor sabe que es ella aunque no la vea. Esta capacidad se pierde con la edad, y cuando somos adultos ya no podemos distinguir los olores propios de las personas, sólo reconocemos olores artificiales como colonias y perfumes; también los olores desagradables como contaminación, gasolina, basura, etc.

Cuando estoy echando el tarot percibo el olor verdadero de la persona, y por eso puedo saber su estado de ánimo; así como si viene acompañada por algún difunto o espíritu. Y esta facultad que tengo también me ha hecho encontrar buenos amigos. De una de esas amigas quiero hoy hablar. Ella se llama Amalia, y su olor llega hasta mí aunque esté muy lejos. Es un olor como a rosas silvestres.

La primera vez que la conocí, el olor de romero me llevó a ella. Era tan fuerte que pude visualizar una vida pasada (de la que hablaré en otra ocasión). La cuestión es que empezamos a hablar como si nos conociéramos de toda la vida. Ella hacía preguntas, y yo contestaba. Así fue que nos hicimos muy buenas amigas.

Una vez me prestó un libro, al que al cabo de un tiempo se le rompieron las tapas. Entonces tuve la visión de que tenía que comprarle uno nuevo, pero éste costaba bastante, y mi presupuesto era bajo. Así que pedí a los ángeles que me acercaran a una librería que estuviera bien de precio. Una tarde que íbamos las dos paseando empezamos a percibir un olor; primero yo, luego ella. El olor era como a vainilla, para seguir luego como a limón o margaritas. Cada vez era más fuerte. Así que fuimos siguiendo el olor, hasta llegar a una pequeñita tienda, y allí el olor era más fuerte. Entramos: era una tienda de libros viejos. “Qué raro”, pensó mi amiga, “aquí no hay ningún ambientador así”. Echamos un vistazo por la tienda, cuando de repente, el olor se hizo más fuerte. Levanté la vista, y ante mí estaba el libro. No se lo creerán, era el mismo libro, pero muchísimo más barato, así que lo compré. Y no sólo eso, el dependiente me regaló unas cartas del tarot, de ángeles, que según él venían con el libro; por eso tuve la visión de comprar aquel libro. Desde entonces, siempre que vamos juntas nos puede pasar de todo. Al estar juntas notamos una sincronía, que tiene un origen muy antiguo, porque viene de otras vidas.


Los olores han sido y son muy importantes en mi vida. Cuando tengo un día triste, sólo con pensar en flores, ya percibo sus olores; o cuando me traen un niño pequeño, según su olor sé el oficio que va a tener. También percibo por los olores las enfermedades, y reconozco a los que se quieren de verdad, es decir, que la traición también la huelo. Por eso quiero dar las gracias a mis guías por este don.

domingo, 21 de abril de 2013

Primer sueño: mi vida como india



Llevo muchos años soñando con una vida pasada en la que fui india, y hoy voy a explicar mi primer sueño.

Sueño que estoy bañando mis pies en la orilla de un río, y de pronto veo mi reflejo en el agua. No sé cómo he llegado allí, me duele mucho la cabeza, así que me arrodillo y me lavó la cara. De mi cabeza mana un chorro de sangre, estoy muy agitada, tengo miedo, no hago más que mirar hacia atrás. Entonces me miro en el río, y cuál es mi sorpresa: mi cabello es rojo, y mis ojos son verdes oscuros; mi tez es morena y mi nariz larga, mis labios son rojos. Tengo aspecto de ser mestiza. Me fijo en la herida de la cabeza; ya no sangra. Mis dedos son muy largos, y mis brazos más. Mis piernas también, y mis pechos se están formando todavía. Me pongo de pie y soy bastante alta.

Aún estoy un poco mareada del golpe, y entonces veo que se acerca hacia mí una mujer de cabello blanco, tez oscura y ojos negros, pequeños, nariz chata. Su cara está muy arrugada, pero su expresión es de ternura, y me llama Gacela del Viento. Ella es Susurro del Aire, pero hablamos en otro idioma que desconozco cuál es, pero que hablo fluidamente en el sueño. Ella trae unas hierbas que me coloca en la herida. Nos miramos a los ojos, y en ese mismo instante aparecen muchos indios a caballo.

Uno de ellos, muy alto, clava sus ojos sobre los míos, unos ojos tremendamente azules. Estos ojos ya los he visto en otro sueño (en ese momento sé que estoy soñando). En todos mis sueños, desde mi infancia, siempre sueño con este señor: los mismos ojos, la misma cara, diferente apariencia. Aunque las otras personas no lo ven como lo veo yo. Otro de los indios me sube a su caballo, está muy enfadado. Ahora me acuerdo: estaba huyendo, sólo tengo 12 años, y este hombre es mi marido. No me gusta, a mí me gusta el de los ojos azules, pero el jefe de la tribu ha decidido casarme con este indio.

Me lleva a su tienda y me fuerza, yo quedo inconsciente, y en mi desmayo tengo una visión en que aparece una manada de lobos gobernada por una loba blanca, enorme y con los ojos azules, que se acerca a mí pacíficamente, y me mira profundamente; en ese momento recupero la conciencia. Le cuento a Susurro del aire mi visión. Ella se queda un momento en silencio y sale de mi tienda. Va a hablar con el jefe de la tribu. Aunque no sé de lo que hablaron, al día siguiente me llevó a su tienda. El jefe le había dado permiso, y había anulado mi matrimonio.

Susurro del aire me dice que yo no soy su nieta, que soy un espíritu del pasado que vive en el cuerpo de ella, y que esto no es un sueño. En ese momento despierto.

domingo, 24 de febrero de 2013

Espíritus del teatro


Una vez tuve la suerte de trabajar en un teatro, no como actriz ni nada semejante; era la señora que limpiaba los camerinos. Como las casualidades no existen, me lo tomé como una experiencia nueva.
El primer día que llegué, era como si ya hubiera estado allí. Sabía encender todas las luces, todos los pasillos secretos (puertas que llevaban a los camerinos, para salir al exterior sin ser visto). En los teatros hay muchísimos espíritus, algunos que quedan atrapados y otros que traen los actores. Eso sin contar algunos espíritus burlones, y sobre todo, la luz de los ángeles.

En el tiempo que estuve trabajando, vinieron muchas compañías teatrales y musicales de diferentes lugares y países. Me encantaba ver sus ensayos, disfrutaba como una niña, siempre con cuidado de que no me viera mi jefa. Pero un día llegó una compañía de Madrid. El encargado de luces me pidió que si me podía quedar más horas cada día para ayudar a limpiar el escenario, dar luces y pasadizos, pues yo los conocía todos. Así que acepté. Entraba a las cinco de la mañana y acababa a las diez de la noche. En el trascurso de este tiempo iba conociendo a todo el personal, era como una familia. Faltaban diez días para empezar la obra. Todo estaba patas arriba: cables, luces, accesorios, cuerdas, maquillaje, vestuario, músicos. Había que tener todos los camerinos perfectos, eran tres plantas. Aunque la tercera, me comentaron que no la tuviera perfecta porque no iba a venir nadie. Pero en uno de los camerinos de la tercera planta empecé a ver muchas luces de colores. Así que limpié ese camerino para alguien muy especial, y puse unas flores.

Al cabo de unos días, el director estaba esperando a la actriz principal, y mira por dónde, la vio pasar hacia el camerino que yo había preparado, supongo que le gustaba. Al cabo de un momento, estaba en el escenario completamente caracterizada.

El director de la compañía me preguntó: “Oiga, señora, ¿ha visto usted por dónde ha pasado la actriz? ¡Esta mujer me va a volver loco! No sea nunca actriz, lo que hay que aguantar… Estas divas no sabe uno por dónde cogerlas”. Él la estaba esperando en la entrada, pues le tenían preparado otro camerino. De pronto había visto que ella estaba en el escenario, pero no había llegado a él por ninguno de los accesos. “De veras, ¿no ha visto por dónde ha llegado al escenario? Porque usted lo sabe. Esta mañana, usted me hizo lo mismo: yo estaba aquí abajo, desde donde veía los tres accesos para entrar y, de repente la veo en el escenario hablando con la calavera (que formaba parte del atrezzo) y diciéndole que no había desayunado por la mala cara que tenía”. Yo limpiaba cada mañana el escenario, que representaba un cementerio medieval. “¿Cómo había llegado allí?” Así que se lo expliqué: yo había llegado desde el cuarto de la limpieza, porque había un acceso directo del que sólo yo tenía la llave, pero ¿cómo había llegado ella?
De pronto, suena el timbre de la puerta de entrada: era un asistente con el vestuario de la actriz, que le dijo al director: “Lo siento, la actriz aún tardará dos horas en llegar, se ha retrasado el avión”.  Pero nosotros estábamos viendo a la actriz en el escenario con su traje medieval. El director exclamó: “Ay, me ha sentado mal el café…” y me miró a los ojos.

Lo que había pasado es que nosotros dos habíamos conectado espiritualmente, y habíamos visto en el escenario un espíritu con las facciones de la actriz, pero que no era ella, sino el personaje auténtico en el que estaba basada aquella obra. Porque cuando se prepara una obra de teatro, se convocan a los personajes que la habían vivido, así que a veces no es el actor que representa un personaje, es el personaje que se apodera del actor. Cuidado, porque a veces es tan intenso el personaje, que las vibraciones de los dos seres (el actor y el personaje) se fusionan y el personaje puede apoderarse de la persona; de ahí los insomnios, sueños y obsesiones que padecen los actores. Pero otras veces sucede que el actor es el verdadero personaje, y vuelve a repetir algo que vivió en otra vida. Cuando esto sucede, el escenario se llena de luz, y es el mayor espectáculo del mundo. Algunos tenemos el privilegio de verlo. Por cierto, que la actriz llegó dos horas después, con la misma ropa con que la había visto el director, se fue directa a mi camerino: hizo subir todas las cosas desde el camerino que le habían preparado.

Por la tarde estaba tomando café en mi descanso, metida en el sitio del apuntador, y el olor del café llegó hasta el director, que se sentó en la butaca a mi lado. Me dijo que jamás había visto un espíritu hasta ese día, aunque los presentía. Me preguntó si tenía el don, y le dije que sí. Me preguntó si se sufría mucho, y le contesté que sí, sobre todo cuando quieres a alguien y esa persona quiere a otra que no le conviene, o cuando ves que alguien va a morir y no puedes ayudarle. Entonces me preguntó que si también veía el futuro, y cómo iba a ir esa obra. Le dije que iría muy bien porque había una actriz de primera, y venían a verla a ella. Otros actores también serían muy famosos, y le di los nombres, que ahora no menciono. Pero para otros sería sólo una experiencia. Me preguntó cómo lo sabía. Cuando un actor tiene el don, los ángeles lo rodean, y su luz traspasa todo el escenario. Ya puede ser una persona sin estudios, como una que haya estudiado interpretación. 

El teatro es algo que se lleva en la sangre, el actor hace suya la escena. Debe hacer un cortejo con su público, que es como su amante, y cuando el público conecta con el actor y lo ovaciona, es como un orgasmo. Una vez que lo siente, no puede vivir sin eso. El teatro engancha. “¿Y el cine?”, me preguntó. Lo mismo, pero el orgasmo llega después. Él me dijo que era la primera vez que se lo definían así. Los actores, todos ellos, vibran en un nivel armónico superior al de los demás seres. Por eso ellos tienen la obligación de ayudar a los demás seres del mundo. Porque tienen la capacidad de hacer oír su voz, mucho más que los políticos. Porque cuando suena esa vibración, el mundo es un poco mejor. Yo pediría a todos los actores que en este momento de crisis se involucraran más para ayudar a la humanidad. Ellos tienen la sartén por el mango. Si supieran todos los ángeles que tienen alrededor de ellos, y espíritus de su familia que vienen a verlos… 
Los admiro de corazón. Nunca olvidaré el tiempo que estuve en el teatro.

domingo, 20 de enero de 2013

Los deseos imposibles también se cumplen



Hoy quiero contar una historia que me sucedió hace 18 o 19 años. Hacía tiempo que no tenía vida social, por circunstancias que ahora mismo no vienen al caso. La cuestión es que me invitaron a la despedida de soltera de una amiga que hacía bastantes años que no veía. Las acompañantes de la novia decidieron hacer una cena, y después ir a bailar a una sala musical con orquesta.
Yo no había ido nunca a uno de estos eventos, sólo conocía la típica discoteca, pero bueno, por una amiga valía la pena probarlo. Llegamos sobre la una de la madrugada, era una sala amplia, con muchas luces y una orquesta tocando en el escenario música de salón, así que bailamos. Cuando llegaron las lentas nos sentamos todas alrededor de una mesa. Todas ellas tomaban cubatas, menos yo que tomaba una copa de cava. La música que sonaba era de tangos, foxtrot, valses, la verdad es que yo de eso no sabía nada. Disimuladamente, mirábamos a los que bailaban, y en el centro de la pista me llamó la atención un señor muy alto y delgado, que bailaba como una pluma en el viento, y con su pareja parecía volar. Mis amigas empezaron todas a reírse, porque entre vuelta y vuelta, el señor me tiraba besos. Pensé: “Ha bebido de más”.

Cuando terminó la pieza que estaba bailando, se acercó a nosotras, nos miró a todas con aquellos ojos negros penetrantes, una por una, como si buscase a alguien. Y cuando me tuvo enfrente, se acercó y me empezó a hablar: “Hola, señorita. No sabe usted el tiempo que la llevo buscando”. Me quedé sin habla, mas él prosiguió: “¿Por qué tiene esa triste mirada, si es una estrella entre flores marchitas? Su luz llena toda la sala”. Diciendo esto, hincó una rodilla en el suelo como en una petición de mano, y me pidió bailar: “Por favor, ¿me haría usted el honor de bailar con este señor que se acaba de enamorar de una estrella?”
Pensé que me tomaba el pelo, pero como no se movía, le respondí que yo no sabía bailar aquel tipo de música. Sonrió y me dijo: “Señorita, todos los ángeles vuelan, por tanto saben bailar. Y si no, yo la guiaré”. 

Mis amigas se tronchaban de risa. Una dijo: “Puede ser tu abuelo”, otra: “El yayo no puede beber”. Entonces sentí la necesidad de bailar, como si mi cuerpo flotara. Me levanté y me fui a la pista con él. No sé cómo fue, pero la cuestión es que bailé.
Él me fue hablando al oído, inclinándose hacia mí pues era muy alto. Me preguntó si yo creía en la reencarnación, y si era cierto que los deseos se cumplen. No entendía dónde quería llevar la conversación. Entonces me confesó que él había pedido un deseo: volver a ver a su mujer de nuevo. “Y voilà!, está aquí. Usted es ella”. Yo me quedé perpleja. Al terminar el baile me acompañó a mi asiento, pero mis amigas estaban bailando también, así que se sentó conmigo, pidió una botella de champán y seis copas, pero sólo servimos dos, para nosotros. Brindamos por las estrellas; a veces están en la tierra.

Entonces empezó a contarme su historia: era inglés, pero sus padres fueron a vivir a Cádiz cuando él era pequeño, porque tenían allí un negocio. De ahí que su acento fuera un poco andaluz. Me contó que era extra de cine, y que había viajado por el mundo, porque era un poco bohemio y soñador. Pero lo habría dejado todo por su gran amor, su esposa, que hacía veinte años que había muerto. La conoció en Londres cuando actuaba en una película, ella también trabajaba como extra. Todo era felicidad, pero el dinero no llegaba para llevar una vida estable, y como querían tener familia, decidieron que el seguiría el negocio de su padre. Su mayor felicidad fue saber que iban a ser padres, pero cuando llegó la hora del alumbramiento, algo se complicó, falleciendo madre e hijo, lo cual lo dejó destrozado. Desde entonces se había recorrido el mundo, trabajando en el negocio del espectáculo, incluido el baile profesional de salón.

Hasta ahí su historia me conmovió, pero cuál fue mi sorpresa cuando me enseñó una foto de su amada esposa: ¡era yo! Claro, con veinte quilos menos, pero era yo: el mismo color de pelo, la blancura de la piel, los labios finos, los ojos grandes y verdes, hasta las pecas. Si no fuese porque se veía antigua, creería que era una foto mía. Y mirando la foto, él me dijo. “¿Ve como los deseos se cumplen? Usted puede ser su hermana gemela. Incluso la mirada triste que tiene en los ojos es la misma. Y creo que si usted y ella se hubieran conocido, hubieran sido buenas amigas. Sus amigas se han reído de mí, y sin embargo a usted no le ha importado bailar con un viejo”. Me dio las gracias, y cuando llegaron mis amigas se fue. Poco después me enteré de que él había fallecido, me lo contó la señora que era su pareja de baile.

Hoy me he acordado de él porque me ha venido su sonrisa, su ilusión. Él tanto deseó volver a ver a su mujer, que me encontró a mí. Nada es casual, porque él me ayudó a ver que las cosas pueden cambiar en cualquier momento, si lo deseamos con el corazón. Los dos fuimos felices por un momento. Nunca olvidaré que me hizo sentir como una estrella. Ellos dos son ahora dos espíritus que bailan en el cielo y brillan como las estrellas.