sábado, 21 de julio de 2012

Creer o no creer


Hablando de espíritus, creer o no creer, todo depende de cada persona. Dicen que sólo crees lo que ves, pero hay veces que, ni siquiera viendo, crees. Esta historia me la contó una clienta, hablando de este tema.

Acabada la Guerra Civil, en un pueblo del sur de España, la vida era muy dura y la penuria azotaba a todas las familias. Una de ellas estaba compuesta por una mujer bellísima de dulce carácter, generosa con todos, amable, gentil, lo que todos llamaban un ángel; y su marido que era todo lo contrario, de carácter agrio, malhumorado, tacaño y antisocial. Tenían dos maravillosos hijos, un niño de cinco años y una niña de siete. Para ganarse la vida, el marido iba a buscar cisco (carbón vegetal) y lo vendía en el mercado, mientras la mujer sacaba se ganaba algo gracias al queso que fabricaba con la leche de sus vacas. Pero era tan generosa que a menudo repartía la leche entre sus vecinos más necesitados, lo que provocaba la ira de su marido. La gente del pueblo no entendía cómo esta maravillosa mujer estaba casada con este hombre tan seco y tan poco amable, porque ella era toda comprensión y siempre hablaba muy bien de su marido, lo apoyaba en todo; en realidad eran un matrimonio muy enamorado.

De esta manera iban sobreviviendo a duras penas, pero eran felices. Sin embargo, la fatalidad llegó a su casa: la mujer se puso muy enferma, y sin medicinas ni asistencia, comprendió que iba a morir. Entonces llamó a sus hijos y les dijo: “Hijos míos, no os preocupéis, me ha dicho la Señora que siempre estaré con vosotros. Yo os cuidaré siempre”. Luego llamó al marido y le dijo: “Cuida de los niños, que yo desde el cielo velaré por vosotros”. Y después de despedirse de ellos, murió.

La gente del pueblo quedó conmocionada, y no se explicaban por qué Dios se había llevado a una persona tan buena. Quisieron ayudar al viudo y los hijos, llevándoles qué comer, y ofreciéndose en lo que necesitaran; pero él los echó sin contemplaciones. Volvió al campo a buscar cisco, dejando a sus hijos encerrados en casa para que no pudieran salir ni entrara nadie. Pero al volver por la noche, encontró las vacas ordeñadas, el pan en el horno, el queso hecho, la mesa puesta y los niños limpios. Entonces preguntó a la niña quién había hecho eso, y ella contestó: “vi una luz muy grande, miré y vi que había entrado mamá, y ella se ha ocupado de todo”. Entonces el padre entró en cólera, los acusó de mentirosos, y él mismo los llevó hasta el cementerio y les enseñó la tumba de su madre, gritándoles que es allí donde estaba ella.

Al día siguiente volvió a marchar dejando encerrados a sus hijos, pero al volver por la noche encontró todo exactamente igual que el día anterior. Esta vez fue el hijo el que le contó que había venido su madre. Aún más enfadado, el padre cogió su correa para pegarles, los niños salieron huyendo hacia la cuadra, y cuando los alcanzó allí, vio de pronto una luz cegadora que lo dejó paralizado. No supo qué pensar, creyó que había sido una alucinación, y dejó estar a los niños.

Por la mañana, el padre se encontraba más calmado. Esta vez, hizo el desayuno para sus hijos, los arregló, y se marchó sin encerrarlos. Cuando volvió por la noche, ni siquiera preguntó: vio el pan en el horno, la mesa preparada, a sus hijos felices, y esta vez toda la casa estaba envuelta en una luz brillante, en la cual brillaban lucecitas de colores, que se fueron uniendo hasta formar una silueta, que poco a poco reconoció como su mujer. El hombre atónito no pronunció palabra, mas ella le dijo: “Cuida de los niños, son parte de mí”. A partir de ese momento, el marido cambió de actitud, se dedicó a sus hijos, los crió con mucho amor, se preocupó de que estudiaran y se convirtieran en personas de provecho. Los niños crecieron, tuvieron hijos, y les explicaron esta historia, que ellos a su vez explicaron a sus hijos, y hasta el día de hoy se recuerda en aquella familia.

El amor que aquel marido tenía por su mujer no fue suficiente para que le hiciera caso. Ella tuvo que volver, y aparecerse a él para que creyera. ¿Hace falta que veamos con nuestros ojos? Crean o no crean, el hombre cambió. Pero no es necesario ver para creer: hay que escuchar al corazón, porque el amor es la mejor guía.