sábado, 28 de noviembre de 2015

Soñando con Dios Padre

Dios quiere la paz. Así que por favor, haced todo lo posible para mantener la paz. Él quiere que no haya más guerras. El tiempo ha pasado muy deprisa, es hora de que cada uno haga algo. El que sepa rezar que rece, el que hable bien, que comience. 
 
Todo lo necesario para la paz, ningún esfuerzo es inútil si se hace de corazón.

Hombres de la Tierra, este es el ultimátum: amaros unos a otros sin discriminación, de raza o política. Pues ha llegado la hora de pagar todas las deudas. Si no cambiais en este mundo llamado Tierra, desaparecerá en menos de 3 meses. Luego os quejaréis todos de vuestro desapego a lo más importante: la vida. Ya no habrá más reencarnaciones. El hombre no se lo merece. Sólo algunos serán los escogidos, y habrá mucha hambre, de todas las clases, y la pobreza se extenderá por el mundo, así que, ¿qué esperáis para cambiar? Yo soy una humilde ama de casa, con hijos, que sabe que el mundo que conocemos desaparecerá. Me he ofrecido a cambiarme, pero Dios Padre no me quiere a mí, sino que escriba su Palabra, y que mi amiga Mª Carmen la pase a mi blog de Mensajera de los Ángeles.

A ver cuándo dejáis de pedir deseos, y pedís la paz, pero paz universal, sin discriminación. Porque nadie es mejor que nadie, incluso esta mujer que escribe es muy pecadora, pues abortó a su hijo por miedo a morir. Pero sigue pidiendo perdón todos los días de su vida. Ya veis, ha sido escuchada.

Y ahora escribirá mi palabra. He aquí que ella tiene muchas faltas de ortografía, pero eso no le importa, sabe que su amiga la puede corregir. Lo importante de este mensaje es ser una mujer o un hombre de paz, pues si no hay un solo hombre o mujer rezando como hace esta pecadora, no habrá ninguna reencarnación más.

Cuidado con tomarla por una loca, ella hace muchos años que sufre por la humanidad, y me pidió su palabra, porque una sola Palabra bastaría para sanarla. Ella no lo entendió, pero cada día es más niña, y yo cada día la quiero más. Mª Carmen, escribe esto sin faltas de ortografía, en su blog. Ah, y cuida tu alimentación, porque a tu amiga Isabel le preocupas mucho, y a mí Dios Padre también. Escribirá sus letras bien, sin faltas, ella sólo es la que escucha mi voz, y a partir de hoy, ella te pedirá que escribas en dos idiomas, español e inglés. Hazlo, no lo cuestiones. Haz el favor de hacerlo, y hacer caso y rezar, con amor, y hacer el bien. Que no hubiese armas nucleares, defenderos con el amor y paz, Dios quiere a todos.

Isabel sufre por eso, y le daré mis palabras, el único ser del mundo con el corazón de una niña, pecadora pero niña al fin y al cabo. 
 
El título de esto es “Soñando con Dios Padre”. Pero debería llamarse “Hablado con Dios, una humilde pecadora, Isabel Morales”.

Todo el mundo corre peligro. Compráis árboles de Navidad y hacéis belenes, y festejáis fiestas paganas, sin saber amar a vuestro vecino, ni tan siquiera preguntar si ha comido. Es hora de que penséis en los más cercanos. Y acercad a vuestra mesa al más pobre de todos, el que no cree, pero teme. Amaros, y dejad de almacenar lujos innecesarios. Sed prudentes con todos, pues así como os comportéis yo os he de juzgar a todos. Sed niños de corazón, niños sin maldad, y con ilusión, como piensa esta mujer, que vuestro mundo es maravilloso, y sólo por vivir un día más, y haced el favor de ayudaros, hombres, que la codicia os amarga. Repartid vuestras riquezas, bien repartidas, y cuidad a vuestros hijos de quimeras y falsedades. El amor comienza en casa, y no fuera. Cuidad de vuestros mayores y niños, sed humanos con todos los que os rodean, y así habrá alguna salida, si no todo esto es inútil, y el tiempo está aquí. Así que vosotros mismos, paz y no guerra, paz y amor.

Habrá cambios en la Tierra muy radicales, cambios que si el hombre no hace lo necesario, este mundo llegará a su fin, vuelvo a repetir, no habrá más reencarnaciones, pues el hombre no quiere como debería a su hermano, como vecino y semejante, y odia más que ama. Así pues, amaros y detendréis la guerra que ya ha empezado. Dejaros de parafernalias y compras masivas, y poneros a trabajar en unión de la humanidad. El tiempo es corto, hijos míos, muy corto, así que esta que escribe, pecadora sumisa, entiende la importancia. Ella seguirá escribiendo y haciendo llegar mi llamada. Así pues, amaros como yo os he amado. Pero recordad que yo no estoy a favor de nadie, tan sólo del que se arrepienta y haga mi voluntad. 
 
Isabel está muy triste, ella lo comprende, pero no puede hacer más que avisaros. Señoras y señores del celuloide, sabéis muy bien lo que os digo, pues muchos ya habéis soñado con ese día. Avanzad sin miedo, más miedo tiene Isabel, una simple mujer llorona, pero aquí está: haced la paz, no la guerra, olvidad el odio, y rezad de corazón, haced movimientos positivos, vosotros lo entendéis bien, al más humilde le daré lo más, que será la fe.

Mª Carmen, esta Navidad tu vida dará un giro, porque así lo pide tu amiga, y no puede hablar más. Amalia, ten fe, y verás muchas más cosas, pero guardarás silencio por tu bien.

Todos los países estáis en peligro. Desead la paz y rezad, y amad al prójimo, ha llegado el tiempo de tomarse todo más en serio. Señores políticos y señoras políticas, curas o sacerdotes, médicos, enfermeras que estáis en peligro, siempre se habla de Apocalipsis, pero yo no hablo de Apocalipsis, hablo de que no habrá ninguna más reencarnación y vuestra especie desaparecerá. Así, hijos míos, hijas mías, sed como los niños, amad y respetad, no guerra sino paz.

domingo, 21 de junio de 2015

Soñando con otra dimensión

Quiero contaros un sueño.
En este sueño yo vivía en un planeta iluminado por varios soles y varias lunas. El planeta tenía un colorido inexplicable, su atmósfera era cálida y su oxígeno era puro, y esto hacía germinar toda clase de especies, tanto fauna como flora. Todos los seres de aquel planeta estábamos conectados entre sí, como si todos fuéramos parte de todo, y todos fuéramos uno mismo. Lo seres que habitábamos este planeta, incluída yo misma, no éramos como aquí en la Tierra. Medíamos de un metro ochenta a dos metros, de complexión fuerte, con el cabello muy largo, de colores cobrizos y rojizos. Teníamos unos ojos claros, casi transparentes, una nariz recta, unos labios carnosos, un perfil largo. Y éramos andróginos, tanto hombre como mujer, unidos en uno solo. La feminidad y la masculinidad eran algo interno, y no nos reproducíamos físicamente, sino por el pensamiento. 
 
Éramos muy felices, vivíamos fuera del tiempo, pero en algún momento llegaron otros seres en unas naves, de otra galaxia cercana. Eran unos seres bajos, con los ojos oscuros, sin pelo, labios gruesos y nariz achatada, pero de una inteligencia superior a la nuestra, porque tenían más sabiduría, ya que nosotros vivíamos sin saber lo que era bueno ni malo. Ellos eran hombres y mujeres, y con su elocuencia nos convencieron para viajar con ellos y conocer a otros seres de otras galaxias. Pero para eso, teníamos que separar nuestra parte femenina de la masculina, porque así lo exigían ellos. Fabricaron unas máquinas en las que nos introducíamos (como una máquina de resonancia magnética), que hacían un ruído insoportable para nuestros oídos. Ese sonido hacía que se separara la parte femenina de la masculina. Al introducirme en esta máquina, por primera vez sentí lo que era el dolor. Algo de mí se moría, aunque yo era inmortal. Cuando salió de mí mi parte masculina, era un hombre alto, de más de dos metros. Su cabello era del mismo tono, pero sus ojos ya no tenían aquel tono tan brillante. Su complexión era fuerte. Yo me veía como mujer, era mucho más baja, de complexión frágil y delgada. Mi cabello era bastante pobre, corto, y tenía todo el brillo en mis ojos, toda mi potencia. Desde ese mismo instante, la tristeza se apoderó de mí, y el vacío de mi interior era insoportable. Así que me acerqué a la Fuente (un energía superior que había en aquel planeta con la que conectábamos sin hablar), que era lo único que me hacía sentir mejor. Le pedí a esta energía que me devolviese mi parte masculina, pero me dijo que era imposible, porque en ella se había quedado el espíritu, mientras en mí se había quedado el alma. Como me vió tan triste, me propuso la única solución: como yo no era la única que había ido a pedir lo mismo (porque todos sintieron el mismo dolor y vacío) me mandó a un planeta llamado Tierra, donde existía la muerte, la única que me uniría con mi parte masculina cuando llegara el momento. Ya que allí, en aquel planeta, éramos eternos. Y sólo así, muriendo el cuerpo, mi alma se liberaría de él y volvería a la otra mitad de mi ser.

Y así sucedió. Bajé a la Tierra y entré en el ombligo de una mujer, a la que llamaban chamán. Aquí desperté. Reflexión: sueño, o ¿quizá fue una vida anterior?
Besos para mis hermanos galácticos.

El poder de la fe

Hace unas semanas salí a dar una vuelta por mi barrio y, mirando escaparates, llegué a uno con trajes de novia. Me eché a reír, y me fijé precisamente en un vestido que estaba al fondo, de color azul cielo, muy vaporoso, y entonces recordé esta historia que voy a contaros.

Una tarde llegó a mi consultorio una señora de Sevilla muy graciosa que quería saber lo que le deparaba el futuro. Le habían hablado muy bien de mí y tenía mucha curiosidad. Empecé a echar las cartas. Ella lo mismo lloraba que reía, aunque yo, después de echar las cartas, no recuerdo lo que he dicho. Como la sesión se alargó más de la cuenta, cuando terminamos ella me invitó a cenar. No es algo que yo suela hacer, pero algo en mí me decía que debía aceptar.

Durante la cena, ella decía que le había hecho muchísima gracia que le dijera que se iba a casar, cuando ella pasaba de los sesenta y en su vida jamás le había echado un guiño al amor. O sea, que nunca se había dado la oportunidad de enamorarse. Por circunstancias de su vida, se había dedicado a cuidar a sus padres y a trabajar. Su trabajo y sus padres eran toda su vida, y ya jubilada había decidido viajar. Por eso estaba en mi ciudad. Le encantaba la playa. 
 
Como le había acertado todo lo del pasado, y le había dicho cosas del presente, no le cabía duda que se iba a cumplir lo que le había pronosticado. Así me despedí de ella, y me dijo que el año que viene, si volvía a mi ciudad, volvería a ir a mi consultorio, pues le había gustado mucho. 
 
Al año siguiente, volvió a mi consulta. Cuál fue mi sorpresa, cuando me dijo que ya lo tenía todo preparado para la boda... menos el novio. “¿Cómo?”, dije yo. “Sí”, respondió: “El cura, la iglesia, y el vestido”. Porque ella sabía que se iba a cumplir, ya que tenía fe en mí. Lo cual me dejó un poco preocupada, porque claro, no me acordaba de nada de lo que le había dicho cuando le eché las cartas, pero ella dijo que todo, todo se había cumplido. Así que después de echarle las cartas, quedamos otro día para que me enseñara el vestido, pues le hacía ilusión que fuera cuando se lo probara. Tuve que ir con ella.

Era un vestido azul, vaporoso, precioso. La rejuvenecía. Y entonces, cuando se miraba ella en el espejo, vi a su futuro cónyuge. No dije nada, porque hubiera tenido que darle muchas explicaciones. Al cabo de dos meses, recibí una llamada telefónica de ella invitándome a la boda: ya tenía novio. Se casaban el mes de julio. No pude ir porque me surgieron unos compromisos, y al cabo de unos días recibí unas fotos de la boda. Su cónyuge era el mismo señor que se veía en el espejo. No cabe duda de que su fe le atrajo el amor. Porque la fe pone en marcha un proceso de atracción, que hizo que todo el universo se pusiera en marcha para traerle el marido que ella deseaba. Hoy en día siguen juntos y muy felices.

domingo, 5 de abril de 2015

Ver y no creer

Vamos a hablar otra vez de la fe. Muchas personas me dicen que no existe Dios, ni Jesucristo, porque ellas no lo han visto nunca. Y claro, si no lo ven, según ellas no existen. Pero cuando vienen a mi consulta y les miro las cartas, su actitud cambia y empiezan a creer. No en Dios, pero sí en el Universo, y que hay algo más. Esto se debe a que traen un gran secreto y de repente en mi consulta es revelado. Pero, ¿qué pasa cuando una persona ve seres (espíritus) y se niega a reconocer que hay otro mundo? De esto va mi historia hoy.

El mes de junio del año pasado vino a mi consulta un matrimonio con una niña un poco especial, de unos once años. De apariencia infantil, pero mucho más vieja que sus padres. Mientras echaba el tarot a su madre, la niña no paraba de hablar. Se dirigía con la mirada hacia el fondo de la habitación y se reía. Su madre se estaba poniendo cada vez más nerviosa, decía que era “culo de mal asiento”, pero como no tenían con quien dejarla y a los dos padres les urgía verme, tuvieron que traerla con ellos. Como vi que no se tranquilizaban, hice sentar a padre e hija con la madre y conmigo en la mesa. Entonces la niña me miró y me dijo que era una señora muy alta y muy grande, que si comía mucho. Me hizo mucha gracia, porque ella me estaba viendo como yo soy realmente. Le pregunté que si veía gente alrededor y se echó a reír. Dijo: “No veo nada, ¿no ves que no existe Dios?” Y en ese mismo momento empezamos a ver unas burbujas de colores en blanco, azul, verde, alrededor nuestro. Los padres también las vieron, pero ella se quedó atónita y empezó a decir qué cómo había hecho aquellas burbujas de jabón tan grandes. La temperatura de la habitación bajó y detrás de ella pude ver una señora con el cabello blanco, sonriéndome, y supe que la niña también la estaba viendo. Le pregunté a la pequeña por qué no se lo había dicho a sus padres. Me contestó que le daba miedo, que la podían ingresar en el manicomio. Y yo dije que había más locos fuera que dentro, y que bendita sea la locura de Dios. Resultó ser que la niña veía espíritus desde muy pequeña, y que le daban miedo, por lo cual tenía unas fuertes pesadillas. Sus padres habían venido por un tema de trabajo, y no sabían que el verdadero problema lo tenía su hija. Una vez que le dije a la niña que aquella señora era una antepasada suya, que era su guía, la niña se tranquilizó y pude echar las cartas.

Una vez finalizadas, mandé a los padres a tomar un café fuera y me quedé con la niña a solas. Hablamos de Dios y de las muchas maneras en que se define: Universo, energía, fuerza. Ella me explicó que toda mi habitación estaba llena de niños, y que brillaban como si tuvieran luz, lo cual me produjo mucha alegría porque yo también los veía. Cogimos un papel en blanco y un lápiz, la hice sentar enfrente de mí, y que escribiera lo primero que le viniera al pensamiento. Al cabo de un tiempo, la niña escribió un mensaje de uno de aquellos seres.

Cuando volvieron los padres, la niña les leyó el mensaje. Cuál fue su sorpresa al saber que uno de aquellos niños era un hermano del padre que había fallecido hacía muchos años. Les pedía que hicieran unas cosas que sus padres no habían hecho. Se despidieron de mí y se fueron.


En el mes de agosto volvieron a verme. La situación económica había cambiado, los padres tenían ya trabajo, pero no sólo eso: la niña estaba mucho más tranquila y había mejorado muchísimo en el colegio. Ahora ella sabía que tenía un buen ángel de la guarda o guía que siempre estaba con ella. Con esta historia quiero demostrar que somos muchas las personas que vemos, pero a muchas de ellas les da miedo reconocerlo, incluso si son niños a sus propios padres. Deberíamos creer con el corazón, no con los ojos. Y así, seguramente se nos abrirían todas las posibilidades a otro mundo. La fe mueve montañas.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Hermanas del alma

Hoy una amiga me pide escribir sobre cuando nos conocimos, ya que a ella le parece que fue mágico. Pero las casualidades no existen, sino causa y efecto. 



Sucedió que, hace unos años, una conocida me explicó que conocía a otra persona que se parecía un poco a mí, porque las dos teníamos en común que soñábamos sueños especiales. Así que quedamos una tarde para que me la presentara. En un parque de nuestro barrio fue el encuentro, pues esta señora tenía un niño pequeño y por las tardes lo llevaba al parque a jugar. Nada más verla, comprendí que no era la primera vez que la veía, no porque viviese en mi mismo barrio, sino porque yo había soñado muchas veces con ella. Y en ese mismo instante, tenía unas inmensas ganas de abrazarla, como si estuviese viendo a una hermana que hace muchos años que no veía, y ahora me la encontraba de nuevo. Ella me sonrió nada más verme, y las dos sentimos lo mismo: un escalofrío nos recorrió todo el cuerpo. Y ahora voy a contaros lo que percibieron mis ojos en ese instante. Estaba delante de una señora de baja estatura, de cabellos largos rojos, delgada, que me acariciaba el cabello. Y entonces escuché su voz: “¿Te quieres estar quieta? ¡Déjame que te peine!” Entonces me miré las manos y los pies, yo ya no estaba en el parque; estaba dentro de un río, los pies mojados, y mi cabello rojizo como una panocha es lo que aquella señora intentaba desenredar y peinar. La miré a los ojos, y había tanto amor en ellos, que llegó hasta mi alma: era mi hermana. Unos segundos después volví a estar otra vez en el parque. Le expliqué lo que me había sucedido, y ella dijo que había percibido algo igual. Empezó a hacerme preguntas, y yo a contestarlas. Nuestra conexión fue mágica. Y una inmensa amistad empezó a crecer desde entonces. Hoy es una de mis mejores amigas, digo una, porque tengo algunas espirituales de otro mundo, y otras humanas, que voy conociendo con el paso del tiempo. Pero mi amiga pelirroja sé que es mi hermana, para lo bueno y para lo malo. Y sé que el universo nos ha juntado otra vez en esta vida. Un beso para todas las hermanas espirituales.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Presencias con olores

Cuando tenía doce años, mi salud no era muy fuerte, y mi madre decidió llevarme a un curandero, ya que los médicos no me daban solución. Así que, dicho y hecho, llegamos al centro de la ciudad, donde unas señoras nos habían indicado que había un curandero. Era una planta baja, con cuatro habitaciones que daban a un patio, y en cada una de las habitaciones había una curandera. La que hacía el número cuatro era un hombre. El primer día, me visitó una curandera, porque el hombre no me podía atender. Me hizo imposición de manos y me mandó que volviese la semana siguiente. Volví sin mi madre, serían las cinco de la tarde, después del colegio. Y cuál fue mi sorpresa, cuando me encontré un hombre, vestido con hábito, enmedio del patio, sentado en una silla rezando el rosario. Yo la verdad me quedé un poco confundida, me senté en una silla que estaba cerca y dejé que terminara el rosario. Este señor se levantó, y a unos niños y unas señoras que había alrededor les preguntó que si olían a algo. Luego, los llevó uno a uno a su habitación, y les preguntó por algo que había en su habitación. Después de esto, empezó a curar. Todo esto pasaba todas las semanas que yo iba yendo. Hasta que una de éstas, se acercó a mí, y me hizo las siguientes preguntas:

-Rubia, ¿has olido algo?

-Sí-contesté-lilas.

-¿Lilas?-contestó-ni rosas, ni claveles, ¿lilas?

-Sí, lilas.

-¿Cómo te llamas?

-Isabel.

-Acompáñame.

Me llevó a un cuarto donde estaba todo alumbrado por velas. A mi mano derecha había una foto de un Jesucristo, precioso, pero enfrente de mí había un cuadro: eran unos árboles con muchas ramas, y me preguntó qué había en el cuadro. Yo miré al cuadro, y sabía lo que quería que contestase, pero tenia mucho miedo, así que retrocedí, abrí la puerta, y cuando estaba casi a punto de salir, contesté.

-¡El santo rosario, el santo rosario!- y salí corriendo.

A la semana siguiente, el hombre me estaba esperando en la puerta.

-Isabel, no tengas miedo, entra. ¿Sabes?, yo no me como a nadie. Si me cuentas lo del cuadro, yo te cuento mi historia. ¿Te parece bien?

-Bueno, si no cierra la puerta...

Así que entré.

-Ahora, dime lo que dice el cuadro.

Bueno, yo me acerqué al cuadro y describí la primera escena. Era el anunciamiento del ángel a María, el segundo trozo que vi era a Jesús aprendiendo las enseñanzas de su padre San José en la carpintería, pero justo al lado se transformaba el dibujo y se veía al niño en el Templo con los maestros. Y si me alejaba unos pasos del cuadro, lo veía llevando la cruz a cuestas. Si me alejaba un poco más, veía la crucifixión, si me alejaba más veía la resurrección. Pero si guiñaba un ojo y el otro, veía el belén: era precioso. Así que este señor se quedó con la boca abierta, casi llorando, porque él también lo veía, y alguna personas veían algo pero no todo, como nosotros dos. El hecho era que él no me había dicho nada. Me volvió a preguntar que a qué olía la habitación. Y yo volví a contestar que a lilas. Y después me hizo una pregunta, pero antes de terminarla yo ya había contestado. Dije:

-Sí, este año te vuelves a ir de peregrino.

Porque él cada año cogía un mes de vacaciones para hacer el camino de Santiago, pero siempre le pasaban cosas, porque iba sin dinero y andando, y había tres años que no había podido ir. Porque la última vez que fue, vio a la Señora, y olía a lilas. Y ahora al decirle yo lo mismo, se acordó de lo que había sucedido. Y como yo dije que tenía que volver, claro que volvió. Y siempre que iba, contaba unas historias fantásticas. Sobre todo a mí, claro.

Un día dejé de ir, hasta la presente, pero nunca me he olvidado de él. Por eso hoy en mi recuerdo, al curandero ermitaño que tenía tanta fe que vio a la Señora.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Una mujer valiente


Una tarde llegó a mi consulta una chica que necesitaba ayuda. Estaba muy nerviosa porque no confiaba mucho en las tarotistas, pues en otras ocasiones no acertaron. Pero una buena amiga le habló de mi. Así que se animó a verme .

Por favor, digame toda la verdad”, me dijo sentándose frente a mí. Era una mujer muy atractiva, de complexión delgada, tez morena, ojos negros grandes, nariz y labios finos, y cabello liso y negro. Tenía mi misma edad pero no lo aparentaba.

A la vez que yo hablaba, ella lloraba sin parar. “Todo es cierto”, decía ella mientras movía la cabeza. Su pasado aun le hacía daño. Las cartas lo contaban todo, pero cuando acabo de echarlas, apago la vela que tengo encendida y ya no recuerdo nada. En ese momento, ella seguía llorando, porque no podía creer que yo le hubiera dicho todo su pasado y su presente, y le dio un ataque de ansiedad. Entonces toda la habitación empezó a oler a infusiones de hierbas aromáticas, manzanilla, menta, romero, y no sólo lo percibía yo, sino que también ella lo notó, y me dijo: “huele a la casa de mi abuela”. Yo le dije: “Sí, es cierto, tu abuela está aquí”. Paró de llorar y se relajó completamente. Esta es la historia que me contó:

Ella era de México, sus padres murieron en un accidente cuando era pequeña y la crió su abuela. Era su única família. Estudió una carrera, pagándola con su trabajo, y estando en la universidad se enamoró de un compañero. Con el tiempo ese amor creció, se casaron muy jóvenes y trabajaban juntos en el mismo edificio. Todo era muy hermoso, querían tener muchos hijos, pero los años pasaban y ella no se quedaba embarazada, no sabían por qué.

Un día llegó una chica a su casa, y ella descubrió que era amante de su marido y estaba embarazada. Cuando le pidió explicaciones a él, él le comfirmó que eran amantes, y que solo la quería a ella, pero que quería a aquel niño también. Como la había engañado a pesar de lo mucho que ella lo amaba, no pudo soportar el dolor y dejó toda su vida, se subió a un avión y se vino a España.

Desconsolada y sola, empezó de nuevo. Aquí sus estudios no tenían validez, así que tuvo que ir a clases de noche y trabajar de día. Compartía piso con varios estudiantes. No tenía familia, pero con el tiempo tuvo muy buenos amigos. Sin embargo, seguía enamorada de su ex-marido. Por este motivo vino a mi consulta.

Yo le dije que su vida iba a hacer un cambio muy importante. Trabajaría en lo que más le gustaba y tendría trabajo estable. No veía ninguna nueva pareja con ella, pero no la veía sola. Porque iba a tener un hijo, y nunca más se encontraría sola. A ella esto le resultaba muy difícil de creer, porque había consultado a muchos médicos que le habían dicho que no podía tener hijos, pero como yo había acertado en todo lo demás, se fue un poco incrédula.

Tres años después volvió a mi consulta. “Isabel, tenías razón, tengo un gran problema”. “¿Puedo ayudarte?” “No lo sé”, contestó ella, “estoy muy confusa”. Yo le contesté: “No abortes, por favor. Mira, mañana voy al zoo con mi sobrina y otros niños con sus madres. Necesitaría ayuda con todos esos niños, ¿me podrías ayudar con ellos?” Ella me dijo que sí. Yo sabía que allí, ella hablaría y yo podría tranquilizarla.

En el zoo, ella me contó que en una noche loca con un chico que acababa de conocer se había quedado embarazada. ¿Cómo le podía pasar esto, con casi treinta y siete años ya, ahora que estaba completamente sola? “He decidido abortar”, me dijo. “Bueno, es tu decisión, no lo pienses ahora, vamos a divertirnos con los niños en el zoo”. Estábamos jugando con ellos, y una de las madres, que tenía siete hijos, se paró a hablar con ella. “¡Qué faena me dan estos niños!”, le decía, “pero estar embarazada no lo cambiaría por nada del mundo, es una cosa que no nos puede arrebatar el hombre. Cuando se mueve tu hijo dentro, todo el amor infinito que se siente, estás viva, estás llena, una vida comienza dentro de ti, y es entonces cuando se empieza a amar. No esperando nada, y dándolo todo. Porque los niños son nuestros mejores maestros. Lo que pasa es que lo solemos olvidar. Ellos sólo piden amor, y que los cuiden. Lo demás son problemas de mayores. Mi hermana pequeña, el año pasado, tuvo que abortar, y está ahora medio loca, no por haber abortado, sino porque es muy difícil que se vuelva a quedar embarazada. Si pudiese, volvería atrás”. Ella se quedó pensativa y mirándome. “¿Por eso me has traído, Isabel? Tú quieres que yo tenga el niño, ¿verdad?” “Yo quiero que seas feliz. Y no he dicho que sea un niño, ¿y si es una niña? ¿Te la imaginas? Morenita, con los ojos claros, muy guapa, como tu abuela". Ella se lo pensó y decidió tener a su bebé.

Al cabo de nueve meses me llamó por teléfono. “Ya tengo una niña, ¿le puedo poner tu nombre?” “No, ponle el de tu abuela”, le contesté. “Vale, así lo haré. Cuando esté mejor iré a verte”. Hoy esta niña ya tiene catorce años, y es toda una mujer. Su madre trabaja en su carrera, tiene un piso propio aunque sigue sola, con muchas amistades. Este mes de agosto me llamó y me dijo: “Isabel, cuenta mi historia, por si puede ayudar a alguien a que siga luchando y que sepa que nada es imposible. Porque yo, que no podía tener niños, te creí y mi deseo se cumplió. Soy mamá de una niña preciosa. Y seguro que el espíritu de mi abuela sigue protegiendo a su nieta y a su bisnieta.” Ah, el olor de las infusiones sigue apareciendo cada vez que la veo, incluso cuando hablamos por teléfono

sábado, 6 de septiembre de 2014

La historia del chico del autobús


Cuando subes en un autobús todos los días y a la misma hora, siempre se conocen personas, unas que van, otras que vienen, pero siempre hay algunas que quedan en nuestro recuerdo. Y esta historia es de uno de esos viajeros.

Todos los días subía a un autobús sobre las cuatro menos cuarto de la tarde, porque entraba a trabajar a las cuatro y cinco en unas oficinas en la parte alta de la ciudad. Subía en la parada que era origen y final de la línea. Mientras esperaba, siempre se entablaba alguna conversación con algún pasajero. Ese día llovía, y el conductor tuvo la amabilidad de dejarnos subir al autobús antes de que saliera. Así subí y, mirando por la ventana, me fijé en un chico que venía hacia el autobús, con aspecto de rockero, sus cabellos largos me llamaron la atención. Lo estuve observando mientras se acercaba y me fijé en que parecía arrastrar una de sus piernas; pensé que quizás con la lluvia habría resbalado. Subió al autobús y se sentó justo detrás de mí. Cuando arrancamos, empezó a cantar: cuál sería mi sorpresa al ver que en vez de cantar una canción de rock, cantaba flamenco. Por cierto, lo hacía muy bien. Jamás había oído aquella canción, pero mi corazón se emocionó al escucharla. Luego hablaré de la letra de la canción.

Me bajé en mi parada, y él siguió el trayecto. Todos los días él subía a la misma hora que yo; la primera semana no entablamos conversación, pero a la siguiente, yo corría para coger el autobús y él avisó al conductor diciéndole: “¡Para, que la rubia pierde el bus!” Y el conductor, que ya me conocía, frenó para que yo subiera. Le dí las gracias al conductor y al chico, el cual me dejó su asiento y se sentó a mi lado. Empezamos a hablar. Iba a trabajar igual que yo, por lo que también se había fijado en mí. Hablamos de muchas cosas: de viajes, los que había hecho y los que quería hacer, de la música que le gustaba, y de otros temas diversos. Así todos los días a partir de entonces.

Una de esas tardes, vi que traía una muleta, pero no le pregunté el porqué. Yo sabía lo que le pasaba, pero no quería asustarlo con mi videncia, y esperé a que él se sincerara conmigo. Aún tardaría un mes más. Entonces me contó que tenía muchos dolores en el cuerpo, por lo cual siempre se fumaba un porrete, y no sabía si era por efecto de eso que, la primera vez que me vio, le pareció que yo emanaba luz. Pero después se dio cuenta de que no era ese el motivo. No sabía por qué, él se sentía muy feliz conmigo, y como le quedaba poco tiempo, aprovechaba todo para vivir al máximo. Y aquellos quince minutos que estaba en el autobús, no se acordaba de su enfermedad, pues nos reíamos mucho.

Una vez, por carnavales, estando yo en la parada, me encontré a una vecina que me conocía desde pequeña. Estaba hablando con ella cuando él llegó. Esta señora iba disfrazada de bruja, y él dijo: “Isabel, ¿y tú no te disfrazas?” Yo me eché a reír, y dije: “No, a mí no me quedan bien los disfraces”. Entonces la vecina dijo: “Eso no es cierto, ¡si la hubieras visto cuando tenía veinte años, vestida de pitufo verde, lo guapa que estaba! Para comérsela”. “Señora, yo no sé cómo sería con veinte años, pero ahora está preciosa”. “Bueno, dijo ella, eso lo dices para quedar bien”. “No, señora, es que es muy guapa, fíjese, se lo digo delante de mi madre, ¿verdad mama que es guapa?” La señora que estaba junto a él, que resultó ser su madre, contestó: “Sí, hijo, tienes razón, más que guapa, dulce y bonita”.

Subimos al autobús los cuatro y seguimos hablando, hasta que yo me bajé. Al otro día, le pedí disculpas por mi vecina, porque ella pensaría que él era mi ligue, o algo así. Entonces él me dijo que eso no le importaba, pues estaba muy a gusto conmigo, y la edad sólo importa a las personas que miden el tiempo. Y él, que estaba enfermo de ELA, y todos los días iba a rehabilitación (lo cual él decía que era su trabajo), vivía el momento y no pensaba en el tiempo. Pero desde que me conocía a mí había pasado una cosa increíble: decía que le dolía menos todo el cuerpo, y que se ponía muy contento al verme. No sabía por qué, pero le pasaba. Según los médicos, ya debería estar en silla de ruedas.

Pasaron los meses, y un día no volvió a aparecer. Seis meses después, vi a su madre en la parada del autobús. Venía a darme las gracias, pues el tiempo que su hijo compartió conmigo, fue muy feliz. Para entonces, ya estaba en la cama del hospital sin poderse mover. Quise ir a verlo, pero su madre no me dejó. Él quería que lo recordara como era. Veinte días después de eso, sentí que él había fallecido. Estaba yo en el autobús, sentada, y sentí como si alguien me acariciara la cara y me besara, y empecé a escuchar la canción que él cantaba detrás de mí. Miré, y no vi a nadie. La letra decía: “Tirantantrán, tirantantrero, tengo una novia rubia que es lo que más quiero, tiene gracia y tiene salero. Tirantantrán, tirantantrero, es que no lo sabes madre, que es un ángel del cielo...”

Y esta canción, de vez en cuando me viene al oído, y sigo viendo sus cabellos largos, sus ojos marrones y su sonrisa. Porque para mí sigue cantando y viajando por el cielo.

domingo, 24 de agosto de 2014

La casualidad no existe


Todas las personas tienen dones, unas más y otras menos, pero todas. No hay ninguna más especial que otra. Lo que pasa es que muchas personas trabajan sus dones, lo cual los hace perfeccionarlos.

A mí me preguntan muchas veces cómo puedo enseñarles a echar el tarot, y yo les digo que yo he aprendido sola, y no puedo explicar cómo. Supongo que será igual que los escritores, que plasman en sus libros lo que sienten en su interior y lo que ven en su imaginación, sin que nadie les haya enseñado, porque tienen un don. Cualquier carta para mí tiene movimiento, luz, expresión, un significado, y todas cambian al unísono, todas cuentan la historia de la persona que tengo ante mí. Ninguna vida es igual, aunque no es casual que esas personas vengan a mi consulta. Seguramente, ya nos conocíamos de alguna vida pasada. Porque al primer vistazo, algunas de estas personas tienen la sensación de quererme abrazar, como si fuese alguien familiar, que hace mucho tiempo que no ven, y no se quierer luego separar de mí. Porque al verme sienten una infinita alegría. Y otras personas encuentran una paz imposible de explicar. Así, muchos de mis clientes se convierten en amigos, lo cual no es coincidencia. Seguro que en otra vida fuimos familia o ya éramos buenos amigos. A veces voy en el autobús y la persona que se sienta a mi lado me empieza a hablar como si nos conociéramos de toda la vida, y me cuenta las historias más increíbles. Esto tampoco es casual, seguramente esa persona había pedido ayuda y los guías nos habían reunido. Algunas de estas historias las contaré algún día.

Me despido atentamente de todos mis hermanos terrenales.

lunes, 18 de agosto de 2014

El diamante que hay dentro de ti

Hoy quiero contar una historia que ha vuelto a mi memoria hace unos días, y con el permiso de esa persona voy a explicárosla, para bien de todos y todas.

Hace tres años, llegó una señora a mi consulta bastante atractiva e inteligente, a la cual había recomendado una amiga suya que viniera a verme. Ella no creía en nada de esto, pues su vida no había sido nada fácil. Pero cuando esta amiga le habló de mí, decidió venir a verme. Cuando llegó a mi consulta estaba muy nerviosa, con taquicardia. Se sentó a mi mesa y comencé a echar el tarot. Es una señora, como he dicho antes, muy bella, pero ella se consideraba un monstruo. En su casa nunca la habían valorado. Era simplemente, una muñeca más, a la que se viste, se alimenta, pero no tiene opinión, como si no existiese. Se había casado muy joven con un señor que la maltrataba psicológicamente, la consideraba fea, y ella se lo creía, pero lo amaba tanto, tanto, que había permitido que la tratara como un felpudo, y no veía lo maravillosa y preciosa que era. Todo el tiempo me hablaba de su hombre en términos de que era excelente, estupendo, guapo... halagos, muchos halagos. Era un dios para ella. Simplemente con estar cerca de él tenía suficiente para vivir, era su motor. Ella decía que él la amaba, y con ese amor tenía suficiente. ¿Entonces por qué venía a verme? ¿Quería una pócima de amor? ¿O pensaba que yo hacía magia? Yo le contesté que no era el genio de Aladino, que las cartas simplemente eran una puerta abierta a un posible futuro, siempre que ella quisiera abrirla. Ella me decía que a pesar de tener el amor de su marido, llegó un momento en que se dio cuenta de que eso no la llenaba, y como él era el centro de toda su vida, le parecía que no había nada más, que nunca sería feliz, que nada llenaría su vacío. Quería que yo le diera una solución. Le comenté que tenía que empezar queriéndose a sí misma, pero no un poco, sino muchísimo, y que tenía que romper con este tipo de amor, dependiente. Pero sobre todo, que debía tener más autoestima. Le mandé que fuese a unos terapeutas para su salud mental. Aparte, la mandé a un buen amigo que tengo para casos perdidos, para que ayudase a que los pedazos de su alma se reencontraran. Así que quedamos en vernos en un mes.

Cuando volvió a mi consulta, había hecho todo lo que le habían mandado los terapeutas, pero cuando conoció a mi amigo, se asustó tanto que no había vuelto más, porque decía que no le producía la sensación de calma que yo le daba, sino que la ponía muy nerviosa, la alteraba, dándole ataques de pánico. Sin embargo conmigo decía que era como beber del agua del manantial; se serenaba, y saciaba su sed. Estuvo viniendo seis meses seguidos, y al llegar el verano, dio un cambio. No solamente su aspecto físico, su look como diríamos ahora: halló la fe en ella misma, y empezó a realizarse como mujer, tanto en lo físico como en lo psíquico. Se dio cuenta de su propia belleza y eso se reflejó en el cuidado de su aspecto. Este verano me ha llamado para darme las gracias, pues hoy es feliz con la misma pareja, ya que se ha hecho valorar. Hoy se dedica a ayudar a todas aquellas mujeres que son maltratadas, sobre todo psicológicamente, y me ha pedido que escriba sobre ella para deciros que siempre hay una salida, si se tiene fe, porque Dios está en el interior de todas las personas. Agradezco a todos mis guías por la ayuda recibida por esta señora, a la que ahora considero mi amiga.